pareja

Una pareja feliz

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El fotógrafo ha captado un instante redondo con cien milígramos de felicidad. A veces, el tedio enfrascado zumba

como un moscardón. Tal vez esta pareja de felices todavía no sabe que la sonrisa aumenta el valor facial y se han

sentado a tomar un refresco mientras se esperan el uno al otro, quizá sin darse cuenta de que son como una cocina

a oscuras, como la miseria del amor: un espectáculo que debería estar prohibido para todos los públicos.

Cuando una lámpara se rompe, la luz yace muerta en el suelo: como sencillo merodeador, uno piensa que esta pareja

feliz lleva colgando la lámpara rota, mano a mano, y va inundando de luz muerta, oscurísima, todos los caminos de la vida.

Él ya sabe que si, en un momento dado, no quiere ir o venir, ella se encargará enseguida de traerlo o de llevarlo, bien

agarrado por las trenzas; y también sabe que para ella, con ella, junto a ella, lo que no está prohibido es indiscutiblemente

obligatorio.

Con todo, ella está hermosa de perfil y de piercing en el labio menor, con el pelo en un caudal negrísimo que huele a caballo

o a animal lento, firmemente montada en el carácter de sí misma, insobornable, con el sabor y el tacto de las flores ásperas,

amargas, deshabitadas; si pudiéramos preguntarle qué ha hecho los últimos diez años de su vida, quizá la respuesta sería

sencilla, hermosamente simple: ‘levantarme temprano’.

La pareja de felices tal vez forme parte de un club de personas, en el que cada uno de sus miembros es más distinto de sí mismo

que de los demás: lo que importa es la educación y el respeto y la ciudadanía, de manera que acaban metiendo su vida entera,

incluyendo amores, derramas y derroches, dentro del sentido común. Se han convencido de que esto suyo, lo que vemos en la

fotografía, es la vida, toda la vida, todo lo que la vida puede dar de sí, y ya ni piensan en que hay otras vidas más intensas, más

plenas, más felices que la suya.

La pareja feliz no cree demasiado en la relación, no quieren relacionarse: quieren más bien resultados, porque el amor nunca,

nunca es suficiente; piensan que los finales bonitos son solamente historias sin acabar.

Cuando se cansen de esperarse el uno al otro ahí sentados, se irán, extraña, oscuramente satisfechos, a meterse en un panecillo.

 

 

 

 

 

Narciso de Alfonso

©Fotografía de Servando Gotor Sangil

Merodeos: urbanos y suburbanos


 

 

 

 

 

 

 

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