Ella, con su presente recién tejido por la memoria, construía caminos de ganchillo que otros recorrían,
creyéndose descubridores. Y con su voz de hilo, unía vidas con otras vidas, hasta que sus voces hacían
de bóveda de su soledad acompañada. Y así le empezó a gustar la lluvia que caía sólo para ella, y distanciada
en la tibieza, miraba, engullendo al que se soltaba. Y al final de sus días se convirtió en humana y lloró,
deshaciéndose el sortilegio. Y desde su limbo construyó su paraíso eterno, que es al que todos vamos,
cuando nos perdemos.
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