opinión: el dios del antiguo testamento

 

 

 

 

¿Cómo incluiremos, en nuestra delicada historia de amor, al Dios bronco y guerrero del Antiguo Testamento,

que se pasa el día en su habitación sobrecalentada del piso alto, tendido en un lecho enorme como un barco,

y que tiene una respiración bronquítica y ruidosa, con una tos fea de fumador empedernido?

 

Por el suelo, esparcidos en divino desorden, sus grandes zapatos vacantes, las cruces negras de repuesto

y las píldoras de opio. En la mesita de noche, atestada de vasos, ceniceros llenos de colillas y un rosario de cristal,

tiene un Tratado del Alma y una Metafísica del Universo.

 

Colgado de una percha en la pared, el uniforme azul marino de Dios de los Ejércitos. Los cristales de la ventana

retiemblan con las lejanas explosiones cósmicas y con el soplo continuo del viento. En el pecho lleva tatuada

la nebulosa del Anillo y, en la espalda, la Cruz del Sur.

 

‘El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas’,

dicen por la radio, que tiene sintonizada en la emisora de Finisterre. No se siente solo, pero tampoco acompañado.

 

 

 

 

 

 

 

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