El ciudadano, aunque descubra su singularidad

/ cuando descubre su singularidad [subjetividad / individualidad]

no puede decidir [establecer] por su solo criterio [por su cuenta]

que su dotación intelectual

[su inteligencia / su entendimiento]

está o queda incluida en tal singularidad [subjetividad]

simplemente, sin más motivos, que haber tomado conciencia [haberse hecho consciente]

de su yo

[la experiencia del inicio o aparición de la conciencia del yo no es universal

aunque lo sea la conciencia del yo]

 

[el yo es una instancia que organiza y centraliza los componentes subjetivos

de cada ciudadano, previos a la aparición del yo]

 

la conciencia del yo proporciona al ciudadano un conocimiento del que carecía,

a saber, que él es él mismo y no otro. Así se distingue o diferencia tanto del

resto de seres vivientes y no vivientes del universo como, en especial, del resto

de seres humanos. Cae en la cuenta de que él es precisamente él y no otro,

ningún otro: como yo, como él mismo, es único e irrepetible. Además, toma conciencia

/ adquiere conciencia de que es una novedad pura, ya que no se reconoce –sino,

al contrario, se distingue o diferencia– en ninguno de los seres

vivos o no vivos / humanos o no humanos / que le rodean.

 

La conciencia de ser / tener / poseer / un yo distinto o diferente de cualquier otro yo,

lo iguala a cualquier otro yo, porque cada uno de los otros yoes tiene asimismo

la conciencia de ser distinto o diferente a todos los otros, y cada uno de ellos se hace

como los demás en el momento en que tiene conciencia de ser distinto o diferente.

 

 

Bien, el ciudadano —cada ciudadano y todos los ciudadanos— tiene conciencia

de ser / tener / poseer un yo que lo hace individuo, singular, distinto, único. Tiene

una dotación intelectual, un entendimiento propio.

 

 

La conciencia de ser un yo le proporciona conciencia de que es inteligente,

de que entiende; sin embargo, la conciencia de ser inteligente que —por decirlo así—

está incluida en la conciencia del yo, no es todavía la conciencia intelectual

—que el ciudadano puede no tener o ejercer nunca—. De otra manera: para saber

que entiende, que es inteligente, de modo propio —y no sólo de una manera que

deriva de la conciencia del yo— tiene que ejercer un acto de conciencia intelectual.

 

 

Tal acto de conciencia intelectual no garantiza nada al ciudadano respecto

al ejercicio de su inteligencia o entendimiento, viene a ser más bien

un requisito necesario para el funcionamiento formal —o propiamente dicho—

del entendimiento, sin más —y sin menos—.

 

 

La conciencia de la inteligencia —separada o además de la conciencia del yo—

resuelve el asunto que ahora nos interesa, a saber, el entendimiento funciona

—puede funcionar— separado del yo, escapa a la subjetividad y a la singularidad

que impiden su ejercicio. La alternativa es ya conocida: el dueto estupidez

y crueldad instalado en la conciencia del yo del ciudadano.

 

 

 

 

 

 

 

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