219

Cuando vine por primera vez a Lisboa, había, en el piso de encima de donde vivíamos, un sonido de piano

tocado en escalas, aprendizaje monótono de la señorita que nunca vi. Descubro hoy que, mediante procesos de

infiltración que desconozco, tengo todavía en las bodegas del alma, audibles se abren la puerta de allá abajo, las

escalas repetidas, tecleadas, de la señorita hoy señora otra, o muerta o encerrada en un lugar blanco donde verdean

negros los cipreses.

Yo era un niño, y hoy no lo soy; el sonido, sin embargo, es igual en el recuerdo al que era en la verdad, y

tiene, perennemente presente, si se levanta de donde finge que duerme, el mismo lento tecleo, la misma rítmica

monotonía. Me invade, de considerarlo o sentirlo, una tristeza difusa, angustiosa, mía.

No lloro la pérdida de mi infancia; lloro el que todo, y en ello la infancia (mía), se pierda. Es la fuga abstracta

del tiempo, no la fuga concreta del tiempo —que es mío, que me duele en el cerebro físico por la periodicidad repetida,

involuntaria, de las escalas del piano de arriba, terriblemente anónimo y lejano.

Es todo el misterio de que nada dura de lo que martillea repetidas cosas que no llegan a ser música, pero

son nostalgia, en el fondo absurdo de mi recuerdo. Insensiblemente, en un erguirse visual, veo la salita que nunca he

visto, donde la aprendiz que no he conocido está todavía hoy relacionando, dedo a dedo cuidados, las escalas siempre

iguales de lo que ya está muerto.

Veo, voy viendo más, reconstruyo viendo. Y todo el hogar del piso de arriba, nostálgico hoy pero no ayer, se

va alzando ficticio desde mi contemplación desentendida. Supongo, sin embargo, que en todo esto soy translaticio,

que la nostalgia que siento no es precisamente la mía, ni precisamente abstracta, sino la emoción interceptada de no

sé qué tercero, para quien estas emociones, que en mí son literarias, fuesen —como diría Vieira— literales.

Es en mi suposición de sentir en la que me duelo y angustio, y las nostalgias, a cuya sensación se me marean

los ojos propios, es por imaginación y otredad como las pienso y siento. Y siempre, con una constancia que viene del

fondo del mundo, con una persistencia que estudia metafísicamente, suenan, suenan, suenan, las escalas de quien

estudia piano, por la espina dorsal física de mi recuerdo.

Son las calles antiguas con otra gente, hoy las mismas calles diferentes; son personas muertas que me están

hablando, a través de la transparencia de la falta de ellas hoy; son remordimientos de lo que hice o no hice, ruidos de

regatos de noche, ruidos allá abajo, en la casa quieta.

Tengo ganas de gritar dentro de la cabeza. Quiero parar, machacar, romper ese imposible disco gramofónico

que suena dentro de mí, en una casa ajena, torturador intangible. Quiero mandar pararse al alma, para que ella, como

vehículo que me […] siga hacia delante sólo y me deje. Enloquezco de tener que oír… Y por fin soy yo, en mi cerebro

odiosamente sensible, en mi piel pelicular, en mis nervios a flor de piel, las teclas tecleadas en escalas, oh piano horroroso

y /personal/ de nuestro recuerdo. Y siempre, siempre, como en una parte del cerebro que se volviese independiente,

suenan, suenan, suenan las escalas allá abajo, allá arriba, de la primera casa de Lisboa donde vine a vivir.

 

 

3-12-1931

 

Quando vim primeiro para Lisboa, havia, no andar lá de cima de onde morávamos, um som de piano tocado

em escalas, aprendizagem monótona da menina que nunca vi. Descubro hoje que, por processos de infiltração que

desconheço, tenho ainda nas caves da alma, audíveis se abrem a porta lá de baixo, as escalas repetidas, tecladas,

da menina hoje senhora outra, ou morta e fechada num lugar branco onde verdejam negros os ciprestes.

Eu era criança, e hoje não o sou; o som, porém, é igual na recordação ao que era na verdade, e tem,

perenemente presente, se se ergue de onde finge que dorme, a mesma lenta teclagem, a mesma rítmica monotonia.

Invade-me, de o considerar ou sentir, uma tristeza difusa, angustiosa, minha.

Não choro a perda da minha infância; choro que tudo, e nele a (minha) infância, se perca. É a fuga abstrata

do tempo, não a fuga concreta do tempo — que é meu, que me dói no cérebro físico pela recorrência repetida, involuntária,

das escalas do piano lá de cima, terrivelmente anônimo e longínquo. É todo o mistério de que nada dura que martela

repetidamente coisas que não chegam a ser música, mas são saudade, no fundo absurdo da minha recordação.

Insensivelmente, num erguer visual, vejo a saleta que nunca vi, onde a aprendiza que  não conheci está ainda

hoje relatando, dedo a dedo cuidados, as escalas sempre iguais do que já está morto. Vejo, vou vendo mais, reconstruo

vendo.

E todo o lar lá do andar lá de cima, saudoso hoje mas não ontem, vem erguendo-se fictício da minha

contemplação desentendida. Suponho, porém, que nisto tudo sou translado, que a saudade que sinto não é bem minha,

nem bem abstrata, mas a emoção interceptada de não sei que terceiro, a quem estas emoções, que em mim são literárias,

fossem, — di-lo-ia Vieira — literais.

É na minha suposição de sentir que me magôo e angustio, e as saudades, a cuja sensação se me mareiam

os olhos próprios,  é por imaginação e outridade que as penso e sinto. E sempre, com uma constância que vem do fundo

do mundo, com uma persistência que estuda metafisicamente, soam, soam, soam, as escalas de quem aprende piano, 

pela espinha dorsal física da minha recordação.

São as ruas antigas com outra gente, hoje as mesmas ruas diversas; são pessoas mortas que me estão falando,

através da transparência da falta delas hoje; são remorsos do que fiz ou não fiz, sons de regatos na noite, ruídos lá

embaixo na casa queda. Tenho ganas de gritar dentro da cabeça.

Quero parar, esmagar, partir esse impossível disco gramofônico que soa dentro de mim, em casa alheia,

torturador intangível. Quero mandar parar a alma, para que ela, como veículo que me […] siga para diante só e me

deixe. Endoideço de ter que ouvir. E por fim sou eu, no meu cérebro odientamente sensível, na minha pele peculiar

nos meus nervos postos à superfície, as teclas tecladas em escalas, ó piano horroroso e pessoal da nossa recordação.

E sempre, sempre, como que numa parte  do cérebro que se tornasse independente, soam, soam, soam as escalas

lá embaixo, lá em cima, da primeira casa de Lisboa onde vim habitar.

 

 

Fernando Pessoa

Del español: 

Libro del desasosiego 219

Título original: Livro do Desassossego

© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984

© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Segunda edición

Del portugués:

Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares

© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises

© Editora Brasiliense

2ª edición

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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