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Seraut, Domingo a la Tarde a Orillas del Sena
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A Meyer y Lillian Schapiro
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¿Qué están mirando? ¿El río?
¿La luz del sol sobre el río, el verano, ocio
o el placer y la nada de la conciencia?
Una niña salta, un mono tití brinca,
como un canguro, atado a la correa de una dama.
(¿Cobra el marido impuestos al Congo por mantener al mono?)
El mono saltarín no puede seguir al caniche que corre adelante.
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Todos sostienen el corazón en sus manos:
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una plegaria, una promesa de gracia o gratitud,
una devota ofrenda al dios del verano, domingo y plenitud.
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La gente del domingo contempla la esperanza misma.
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Contempla la esperanza, bajo el sol, libre de la ansiedad
dental, la devoradora nerviosidad
que desgasta tantos días y años de la conciencia.
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Quien los percibe, percibir el oro y verde
del domingo de verano es en sí invisible. Porque él es
resplandor dedicado y concentración suprema, enhebrando fanáticamente
las cuentas, agujas y ojos -¡todo a la vez!- de la intensidad y permanencia.
Él es un santo del domingo al aire libre, un fanático disciplinado
por la pasión, coraje, pasión, habilidad, compasión, amor: un único amor a la vida
y amor a la luz, bajo el sol, con el amor a la vida.
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En todos lados brilla el resplandor como un jardín floreciendo en la quietud.
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Muchos están mirando, muchos sostienen algo o a alguien
pequeño o grande; algunos sostienen varias clases de quitasoles:
cada uno de los que sostiene una sombrilla lo hace de manera diferente.
Alguien se encorva bajo una sombrilla roja como si se escondiese
y mirase hacia el río furtivamente, o buscara estar
libre de la proximidad y el juicio de los otros.
Junto a él se sienta una dama que se ha convertido en piedra, o guijarro,
aunque su sombrero acampanado es rojo.
Una niña se aferra al brazo de su madre
como si fuese una verdad genuina y permanente.
Su sombrero de ala ancha es azul y blanco, azul como el río, como los
veleros blanco,
y su cara y su apariencia tienen la suave inocencia
honesta y alejada del miedo como ángeles tocando clavicordios.
Una adolescente sostiene un ramo de flores
como si contemplase y buscase su desconocido, deseado y temido destino.
Ningún vínculo es tan fuerte como la fuerza con la que los árboles
se aferran al suelo, se curvan hacia la luz en el cálido aire suave,
enraizados y elevándose con una tenacidad perfecta,
alejados del distraído y errático estado de la humanidad.
Cada sombrilla se curva y convierte en árbol,
y los árboles curvándose se elevan para convertirse y ser
iguales a la sombrilla, las campanas del domingo, el verano y el placer del verano.
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Segura como los árboles es la dignidad deambulante
de la mujer burguesa que va del brazo de su marido
con la confianza natural y orgullo de quien es,
ella lo es, una emperatriz victoriana y reina.
La dignidad de su marido es tan sólida como su embonpoint.
Lleva un buen cigarro, y un delicado bastón, con bastante despreocupación.
Del brazo de su esposa, son propiedad el uno del otro.
Vestidos impecablemente y con sencillez, son amables y solemnes
como si fuesen inconscientes o estuviesen libres del tiempo y de la tumba,
-señor y señora del paseo del domingo- ¡de todo!
Porque ellos son los monarcas absolutos del mono tití.
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Si mirás algo el tiempo suficiente
se volverá extremadamente interesante;
si mirás algo el tiempo suficiente
se volverá rico, múltiple, fascinante.
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Si podés mirar cualquier cosa durante suficiente tiempo,
te regocijarás en el milagro del amor,
serás poseído y bendecido por el maravilloso resplandor cegador
del amor, serás resplandor.
La individualidad poseerá y será poseída como en la consagración
del matrimonio, el dominio de la vocación, el misterio del don del dominio, la
eterna relación entre paternidad y progenie.
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Todas las cosas están fijas en una dirección.
Nos movemos con la gente del domingo de derecha a izquierda.
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El sol brilla
en suave gloria.
La humanidad encuentra
la famosa historia
de paz y descanso, aliviada por un momento del cansancio de
las mareas de los días de semana, la carcomiente ansiedad,
de la inseguridad y el miedo de la rutina semanal de toda una vida,
del profundo nerviosismo que en lo más hondo de la conciencia
nos hace apretar los dientes, y que como lo encontramos tan continuamente, despiertos o
dormidos,
apenas percibimos que está ahí o que quizá podríamos librarnos
de su dolor y tormento, abiertos y libres a toda experiencia.
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El sol del verano brilla parejamente y con voluptuosidad
sobre los ricos y los libres, los cómodos, los rentier, los pobres,
y los que están paralizados por la pobreza.
Seurat es a la vez pintor, poeta, arquitecto y alquimista:
el alquimista apunta su varita mágica para describir y conservar el oro
del domingo.
Mezcla pequeños almizcles por mucho tiempo
porque desea mantener el ocio cálido y el placer de las vacaciones
en el fuego ardiente y la paciencia apasionada de su mente y mirada,
ahora y siempre. ¡Oh feliz, feliz multitud!
Es domingo para siempre, verano, libre: permanecerán siempre cálidos
en sus semillas chicas, sus pequeños granos negros.
Él construye y mantiene el poder y el placer
con el que el domingo de verano reina serenamente.
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¿Es posible? ¡Es posible!
Aunque requiera los trabajos de Hércules, Sísifo, Flaubert,
Roebling,
la brillantez y espontaneidad de Mozart, la paciencia de la pirámide,
y requiera todo esto del pintor que a los veinticinco
no sospecha que en seis años ya no estará vivo.
Sus maravillosas bolitas, cuentas o moléculas
son puntos que la magia de la alquimia transforma
en diamantes de florecido resplandor, atrapando y bendiciendo la
mirada:
Mirá cómo el sol brilla nuevo y nuevamente, atravesado
con serenidad por su apasionada obsesión
mientras él transforma la luz solar en materia de peltre, destellando,
elegante y seria, nítida como la manteca,
con solidez brillante, inmutable, un don elevándose a la inmortalidad.
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La luz del sol, los árboles altísimos y el Sena
son como una gran red en la que Seraut busca atrapar y mantener
a todos los seres vivos en un desfile y paseo de suave y apacible calma.
El río temblando, azul plateado bajo la luz diversa,
está casi inmóvil. La mayoría de las personas del domingo
son como flores, caminando, moviéndose hacia el río, el sol y
el río del sol.
Cada uno sujeta alguna cosa o a alguien, algún instrumento
agarra, tiene, sujeta, aferra o de algún modo toca
algún ser humano como si la mano y el puño al sujetar y poseer
solos, privadamente y en la intimidad, fuesen el único vínculo verdadero
o unión con la bendición.
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Un chico toca la flauta, inclinándose por el placer de la actividad musical,
de espaldas al Sena, la luz del sol y el día girasol.
Un dandy apuesto con sombrero de copa contempla distraídamente el Sena.
La casual delicadeza con que sostiene su bastón
se parece a la elegancia de su traje.
Se sienta con postura educada, impecable y erguido,
fijo en su rincón: él es como su bigote.
Cerca, un trabajador se pasea con los hombros caídos, bastante cómodo,
vagando o recostándose, apoyándose en el codo, fumando su pipa,
mirando solitario, a gusto, o abstraído y desdeñoso,
a pesar de estar tan cerca del caballero elegante.
Detrás un sabueso negro olfatea el verde, azul suelo.
Entre ellos, una esposa baja la vista hacia
el tejido en su falda, como en profundo
escrutinio de un libro difícil. Su mirada atenta
no se encuentra en su cara casi oculta, sino en sus manos
que aferran el tejido como nadie aferra
sombrilla, barrilete, vela, flauta o quitasol.
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Ésta es la inquieta realidad del tiempo y el fuego del tiempo que convierte
lo que sea en otra cosa, alterando y cambiando continuamente toda
identidad. Mientras el enorme fuego del tiempo consume (aspirando, volando y muriendo)
todas las cosas se elevan y caen, viviendo, saltando y marchitándose, cayendo -como
llamas extinguiéndose, floreciendo, volando y muriendo-
en el incontrolable resplandor del tiempo y la historia:
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Aquí Seurat busca en la cueva de su mente y mirada para encontrar
un monumento permanente al simple placer del domingo, busca la alegría
sin fin a través de los ojos de la inmortalidad;
se esfuerza apasionada y pacientemente por superar la cualidad inconstante y errática
de la realidad viviente.
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En esta tarde de domingo sobre el Sena
existen muchos cuadros dentro de la escena del domingo:
cada uno es un mundo en sí mismo, un mundo en sí mismo (y como un niño
une generaciones, reconcilia a los separados y ancianos, por eso un nieto es
un segundo nacimiento, y el renacimiento de lo irracional, de aquellos
que se sienten perdidos, resignados o implacables).
Cada pequeño cuadro une lo amplio y lo chico, agrupando los objetos
grandes, conectándolos con cada puntito, semilla o grano negro
que son como modelos, una maravillosa red y tapicería,
pero que tienen también la frescura fortuita y el resplandor
de los ondulantes destellos del río y de los sorprendentes sistemas de la helada
cuando aparecen en la mañana andante, una pura, delicada quietud blanca
y minuet.
En diciembre, a la mañana, gallardetes blancos veteando
la vidriera.
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Él es fanático: es a la vez poeta y arquitecto,
buscando la evocación total en figuras tan fuertes como la torre Eiffel,
sutil y delicado también como alguien que tocó una sonata de Mozart, solo,
bajo la cima de Notre-Dame.
Rápido y completamente sensible, puramente real y práctico,
haciendo un mosaico de pequeños puntos en un mural de esplendor y
orden.
Cada pequeño modelo es el macrocosmos soñado o imaginado
en el que todas las cosas, grandes o chicas, con buena voluntad y amor se
se rinden al júbilo y la paz de la luz del domingo, al placer de la luz del sol, a la
profunda moderación y orden de la proporción y relación.
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Se extiende más allá de la brillante espontaneidad
de los deslumbrados impresionistas que siguen
la luz cambiante cuando oscila, cambiando, minuto a minuto,
disponiendo, encantando y concediendo libre y
continuamente la frescura y renovación a todo lo que se manifiesta
y fluye.
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A pesar de ser muy cuidadoso, es completamente cándido.
A pesar de ser totalmente impersonal, tiene la frescura de la juventud y, tal es
su candor,
su mirada es única y por eso intensamente personal:
nunca es fácil, vana o mecánica,
su visión es simple: pero también amplia, compleja, enojada, y profunda
emulando la totalidad de la naturaleza al madurar, perdurar y
avanzar con dificultad en el caos de la actualidad.
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Una infinita variedad dentro de un marco simple.
¡Incontables variaciones sobre un solo tema!
¡Vibrante con qué clase de lujuria, qué alegría calma!
Ésta es la celebración de la contemplación,
ésta es la conversión de experiencia a pura atención,
aquí está lo sagrado de todas las cosas pequeñas
que se nos ofrecen, descubiertas por nosotros, transformadas en las más viva
consciencia,
detrás de la superficialidad o ceguera de la experiencia,
detrás de las superficies empañadas, cubiertas de hollín que, desde el Edén y
desde el nacimiento,
convierten a todas las pequeñas cosas en triviales o invisibles,
en boletos rotos con rapidez y arrojados lejos
en un viaje en tren hacia una fiesta cada vez más lejana.
Aquí nos hemos detenido, aquí hemos entregado nuestros corazones
a la ciudad real, la vívida ciudad, la ciudad en la que habitamos
y la que ignoramos, o miramos sin atención, la mayoría de los días luminosos!
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…El tiempo pasa: nada cambia, todo permanece igual. Nada es nuevo
bajo el sol. También es cierto
que el tiempo pasa y todo cambia, año tras año, día tras día,
hora tras hora. El domingo a la tarde de Seurat a orillas del Sena se ha ido
lejos,
se ha ido a Chicago, cerca del lago Michigan,
todas sus flores brillan en una inmensa quietud satisfecha.
Y sin embargo, continúa en otro lado y en todos los lugares donde las imágenes
deleitan la vista y el corazón, y se convierten en los deseables, admirables,
anhelados
iconos de consciencia purificada. Lejos y cerca, cerca y lejos,
no podemos oír, a menos que escuchemos lo que Flaubert quiso decir,
al percibir a un hombre con su mujer y su hijo en un día como este:
Ils sont dans le vrai! Ellos tienen la verdad, han encontrado en la tierra
el camino hacia el reino de los cielos en un domingo de verano.
¿No es cada vez más y más claro? No podemos oír también
la voz de Kafka, siempre triste, en la desesperación de su enfermedad
tratando de decir:
«Flaubert tenía razón: Ils sont dans le vrai!
Sin antepasados, sin matrimonio, sin herederos,
pero con un salvaje anhelo de antepasados, matrimonio y herederos:
Todos me estiran sus manos: pero están tan lejos de mí!»
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Seurat’s Sunday afternoon along the Seine
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To Meyer and Lillian Schapiro
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What are they looking at? Is it the river?
The sunlight on the river, the summer, leisure,
Or the luxury and nothingness of consciousness?
A little girl skips, a ring-tailed monkey hops
Like a kangaroo, held by a lady’s lead
(Does the husband tax the Congo for the monkey’s keep?)
The hopping monkey cannot follow the poodle dashing ahead.
.
Everyone holds his heart within his hands:
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A prayer, a pledge of grace or gratitude
A devout offering to the god of summer, Sunday and plenitude.
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The Sunday people are looking at hope itself.
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They are looking at hope itself, under the sun, free from
the teething anxiety, the gnawing nervousness
Which wastes so many days and years of consciousness.
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The one who beholds them, beholding the gold and green
Of summer’s Sunday is himself unseen. This is because he is
Dedicated radiance, supreme concentration, fanatically threading
The beads, needles and eyes – at once – of vividness and permanence.
He is a saint of Sunday in the open air, a fanatic disciplined
By passion, courage, passion, skill, compassion, love: the love of life
and the love of light as one, under the sun, with the love of life.
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Everywhere radiance glows like a garden in stillness blossoming.
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Many are looking, many are holding something or someone
Little or big: some hold several kinds of parasols:
Each one who holds an umbrella holds it differently
One hunches under his red umbrella as if he hid
And looked forth at the river secretly, or sought to be
Free of all of the other’s judgement and proximity.
Next to him sits a lady who has turned to stone, or become a boulder,
Although her bell-and-sash hat is red.
A little girl holds to her mother’s arm
As if it were a permanent genuine certainty:
Her broad-brimmed hat is blue and white, blue like the river,
like the sailboats white,
And her face and her look have all the bland innocence,
Open and far from fear as cherubims playing harpsichords.
An adolescent girl holds a bouquet of flowers
As if she gazed and sought her unknown, hoped-for, dreaded destiny.
No hold is as strong as the strength with which the trees,
Grip to the ground, curve up to the light, abide in the warm kind air:
Rooted and rising with a perfected tenacity
Beyond the distracted erratic case of mankind there.
Every umbrella curves and becomes a tree,
And the trees curving, arise to become and be
Like the umbrella, the bells of Sunday, summer, and Sunday’s luxury.
Assured as the trees is the strolling dignity
Of the bourgeois wife who holds her husband’s arm
With the easy confidence and pride of one who is
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She is sure – a sovereign Victorian empress and queen.
Her husband’s dignity is as solid as his embonpoint:
He holds a good cigar, and a dainty cane, quite carelessly.
He is held by his wife, they are each other’s property,
Dressed quietly and impeccably, they are suave and grave,
As if they were unaware or free of time, and the grave,
Master and mistress of Sunday’s promenade – of everything!
-As they are absolute monarchs of the ring-tailed monkey.
If you look long enough at anything
It will become extremely interesting;
If you look very long at anything
It will become rich, manifold, fascinating:
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If you can look at any thing for long enough,
You will rejoice in the miracle of love,
You will possess and be blessed
by the marvellous blinding radiance of love,
you will be radiance.
Selfhood will possess and be possessed,
as in the consecration of marriage,
the mastery of vocation, the mystery of gift’s mastery,
the deathless relation of parenthood and progeny.
All things are fixed in one direction:
We move with the Sunday people from right to left.
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The sun shines
In soft glory
Mankind finds
The famous story
Of peace and rest, released for a little
while from the tides of weekday tiredness, the grinding anxiousness
Of daily weeklong lifelong fear and insecurity,
The profound nervousness which in the depths of consciousness
Gnaws at the roots of the teeth of being so continually,
whether in sleep or wakefulness,
We are hardly aware that it is there or that we might even be free
Of its ache and torment, free and open to all experience.
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The Sunday summer sun shines equally and voluptuously
Upon the rich and the free, the comfortable,
the rentier, the poor, and those who are paralyzed by poverty.
Seurat is at once painter, poet, architect, and alchemist:
The alchemist points his magical wand to describe and hold the Sun-day’s gold,
Mixing his small alloys for long and long
Because he wants to hold the warm leisure and pleasure of the holiday
Within the fiery blaze and passionate patience of his gaze and mind
Now and forever: O happy, happy throng,
It is forever Sunday, summer, free: you are forever warm
Within his little seeds, his small black grains,
He builds and holds the power and the luxury
With which the summer Sunday serenely reigns.
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-Is it possible? It is possible!-
Although it requires the labors of Hercules, Sisyphus, Flaubert, Roebling:
The brilliance and spontaneity or Mozart, the patience or a pyramid,
And requires all these of the painter who at twenty-five
Hardly suspects that in six years he will no longer be alive!
-His marvellous little marbles, beads, or molecules
Begin as points which the alchemy’s magic transforms
Into diamonds of blossoming radiance, possessing and blessing the visual:
For look how the sun shines anew and newly, transfixed
By his passionate obsession with serenity
As he transforms the sunlight into the substance of pewter, glittering,
poised and grave, vivid as butter,
In glowing solidity, changeless, a gift, lifted to immortality.
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The sunlight, the soaring trees and the Seine
Are as a great net in which Seurat seeks to seize and hold
All living being in a parade and promenade of mild, calm happiness:
The river, quivering, silver blue under the light’s variety,
Is almost motionless. Most of the Sunday people
Are like flowers, walking, moving toward the river,
the sun, an the river of the sun.
Each one holds some thing or some one, some instrument
Holds, grasps, grips, clutches or somehow touches
Some form of being as if the hand and the fist of holding and possessing,
Alone and privately and intimately,
were the only genuine lock or bond of blessing.
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A young man blows his flute, curved by pleasure’s musical activity,
His back turned upon the Seine, the sunlight, and the sunflower day.
A dapper dandy in a top hat gazes idly at the Seine:
The casual delicacy with which he holds his cane
Resembles his tailored elegance.
He sits with well-bred posture, sleek and pressed,
Fixed in his niche: he is his own mustache.
A working man slouches parallel to him, quiet comfortable,
Lounging or lolling, leaning on his elbow, smoking a meerschaum,
Gazing in solitude, at ease and oblivious or contemptuous
Although he is very near the elegant young gentleman.
Behind him a black hound snuffles the green, blue ground.
Between them, a wife looks down upon
The knitting in her lap, as in profound
Scrutiny of a difficult book. For her constricted look
Is not in her almost hidden face, but in her holding hands
Which hold the knitted thing as no one holds
Umbrella, kite, sail, flute or parasol.
–
This is the nervous reality of time and time’s fire which turns
Whatever is into another thing, continually altering and changing all
identity, as time’s great fire burns (aspiring, flying and dying),
So that all things arise and fall, living, leaping and fading,
falling, like flames aspiring, flowering, flying and dying-
Within the uncontrollable blaze of time and of history:
Hence Seurat seeks within the cave of his gaze and mind to find
A permanent monument to Sunday’s simple delight; seeks deathless
joy through the eye’s immortality;
Strives patiently and passionately to surpass
the fickle erratic qualityof living reality.
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Within this Sunday afternoon upon the Seine
Many pictures exist inside the Sunday scene:
Each of them is a world in itself, a world in itself
(and as the living child links generations,
reconciles the estranged and aged so that a grand-child is a second birth,
and the rebirth of the irrational,
of those who are forlorn, resigned or implacable),
Each little picture links the large and small, grouping the big
Objects, connecting them with each little dot, seed or black grain
Which are as patterns, a marvellous network and tapestry,
Yet have, as well, the random freshness and radiance
Of the rippling river’s sparkle, the frost’s astonishing systems,
As they appear to morning’s walking, a pure, white delicate stillness and minuet,
In December, in the morning, white pennats streaked upon the windowpane.
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He is fanatical: he is at once poet and architect,
Seeking complete evocation in forms as strong as the Eiffel Tower,
Subtle and delicate too as one who played a Mozart sonata,
alone, under the spires of Notre-Dame.
Quick and utterly sensitive, purely real and practical,
Making a mosaic of the little dots into a mural of the splendor of order:
Each micro pattern is the dreamed of or imagined macrocosmos
In which all things, big and small, in willingness and love surrender
To the peace and elation of Sunday light and sunlight’s pleasure, to
the profound measure and order of proportion and relation.
–
He reaches beyond the glistening spontaneity
Of dazzled Impressionists who follow
The changing light as it ranges, changing, moment by moment,
arranging and charming and freely bestowing
All freshness and all renewal continually on all that shows and flows.
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Although he is very careful, he is entirely candid.
Although he is wholly impersonal, he has youth’s frankness and,
suchis his candor,His gaze is unique and thus it is intensely personal:
It is never facile, glib, or mechanical,
His vision is simple: yet is also ample, complex, vexed, and profound
In emulation of the fullness of Nature maturing
and enduring and toiling with the chaos of actuality.
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An infinite variety within a simple frame:
Countless variations upon a single theme!
Vibrant with what soft soft luster, what calm joy!
This is the celebration of contemplation,
This is the conversion of experience to pure attention,
Here is the holiness of all the little things
Offered to us, discovered for us, transformed into the vividest consciousness,
After all the shallowness or blindness of experience,
after the blurring, dirtying, soothed surfaces which, since Eden and since birth,
Make all the little things trivial or unseen,
Or tickets torn and thrown away
En route by rail to an ever-receding holiday:
-Here we have stopped, here we have given our hearts
To the real city, the vivid city in which we dwell
And which we ignore or disregard most of the luminous day!
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…Time passes: nothing changes, everything stays the same. Nothing is new
Under the sun. It is also true
That time passes and everything changes, year by year, day by day,
Hour by hour. Seurat’s Sunday Afternoon along the Seine has gone away,
Has gone to Chicago: near Lake Michigan,
All of his flowers shine in monumental stillness fulfilled.
And yet it abides elsewhere and everywhere where images
Delight the eye and heart, and become the desirable, the admirable, the willed
Icons of purified consciousness.
Far and near, close and far away
Can we not hear, if we but listen to what Flaubert tried to say,
Ils sont dans le vrai! They are with the truth, they have found the way
The kingdom of heaven on earth on Sunday summer day.
The voice of Kafka, forever sad, in despair’s sickness trying to say:
«Flaubert was right: Il sont dans le vrai!
Without forbears, without marriage, without heirs,
Yet with a wild longing for forbears, marriage, and heirs:
They all stretch out their hands to me: but are too far away!»
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Delmore Schwartz
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Seraut, Domingo a la Tarde a Orillas del Sena
Versión de Guadalupe Arenillas
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