Peggy y el príncipe
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Los calcetines siameses y la celulosa goteando personalidad
demuestran que lo textil pierde su fuelle,
justifican el adjetivo de meseta.
Yo exhibo mis venas en subasta pública,
me ajusto la corbata, apuesto en la barra un guiño
para que la suerte no se estanque igual que el ron.
Él hereda varios metros sobre los que escribir
aquello que custodia tras sus chapas:
por mi parte, huyo con Trotski balanceándose en mi nuca.
Mirar atrás es toparme con sus ojos tristes
hundidos en la generosidad continental,
escupir contra la frente una peonza sin ganas.
Tsunami con chocolate, digo;
cabizbaja, matemáticas, ojalá me quisieras.
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De camino al taxi repito dos sílabas,
cruzo los dedos para el cierre de fronteras;
me vuelvo pirenaica. Clavo las uñas en el antebrazo
hasta teñirme la herencia y el castigo,
una tirita que alcance a los relojes.
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Mi lengua es de color azul: es abandono.
Elena Medel
Peggy y el príncipe
En La Sombra del Membrillo
Junio 2004, N°. 2
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