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Trajeron un pescado enorme, desde la lagunita. ¿cómo? ¡AIIá

sobresaldría! Pero, era, así. Lo dejaron fuera. Muchos metros. Los

niños, enseguida, se le trepaban y caían resbalando. Aunque era

de noche conservó los colores, -como ocurrió siempre, con todo,

en casa- sus oros y salmones. Las flores, también, conservaban los

colores, algo más aterciopelados. Tal vez, él ya había muerto, pues,

bajó los anchos ojos, y de la boca, le salían lágrimas. Alguien dio

un cuchillazo; pero, no se vio eso; se vio ya hecho. Y de su interior

empezó a manar lo único que había, y en infinitud: unos objetos

pequeños y duros; que parecían avellanas, que parecían balas; no

era ninguna cosa conocida.

Todos los miembros de la familia trajeron vasos, ollas y floreros

y juntaban con avidez. Y los vecinos, enterados automáticamente,

acudían, también, con vasijas.

Y, ahora, ¿qué? Pensé. ¿No era preferible proseguir la cena, leer

la novela, hacer los deberes, aguardar el invierno?

Di un manotazo para que huyesen los murciélagos,

y tracé algunas palabras en el desolado papel. 

 

 

 

 

 


Marosa di Giorgio


de La edad anaranjada

número 57

Colección Ave Roc

Fondo de Animal Editores

Ecuador, 2012 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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