Balthus-The-Street-1933

Balthus, The Street (1933)

Oil on canvas, approximately 6 feet x 10.5 feet. Museum of Modern Art, New York City

 


 

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The Street


Stephen Dobyns

Across the street, the carpenter carries a golden

board across one shoulder, much as he bears the burdens

of his life. Dressed in white, his only weakness is

temptation. Now he builds another wall to screen him.

The little girl pursues her bad red ball, hits it once

with her blue racket, hits it once again. She must

teach it the rules balls must follow and it turns her

quite wild to see how it leers at her, then winks.

The oriental couple wants always to dance like this:

swirling across a crowded street, while he grips

her waist and che slides to one knee and music rises

from cobblestones–some days Ravel, some days Bizet.

The departing postulant is singing to herself. She

has seen the world’s salvation asleep in a cradle,

hanging in a tree. The girl’s song makes

the sunlight, makes the breeze that rocks the cradle.

The baker’s had half a thought. Now he stands like a pillar

awaiting another. He sees white flour falling like snow,

covering people who first try to walk, then crawl,

then become rounded shapes: so many loaves of bread.

The baby carried off by his heartless mother is very old and

for years has starred in silent films. He tries to explain

he was accidentally exchanged for a baby on a bus, but he can

find no words as once more he is borne home to his awful bath.

First the visionary workman conjures a great hall, then

he puts himself on the stage, explaining, explaining:

where the sun goes at night, where flies go in winter, while

attentive crowds of dogs and cats listen in quiet heaps.

Unaware of one another, these nine people circle around

each other on a narrow city street. Each concentrates

so intently on the few steps before him, that not one

can see his neighbor turning in exactly different,

yet exactly similar circles around them: identical lives

begun alone, spent alone, ending alone–as separate

as points of light in a night sky, as separate as stars

and all that immense black space between them.

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La calle /versión 1
 –
 
Mientras cruza la calle,  el carpintero lleva una tabla dorada

cruzada sobre el hombro, de la misma manera que soporta

las cargas de su vida. Vestido de blanco, su única flaqueza

es la tentación. Ahora construye otra pared que lo oculte.

La niña persigue su malvada pelota roja, la golpea una vez

con su raqueta azul, la golpea de nuevo. Debe enseñarle

las reglas que deben obedecer las pelotas y se enfurece

al ver cómo le lanza una mirada lasciva y luego le hace un guiño.

La pareja oriental quisiera bailar siempre así: girando

al cruzar una calle atestada, mientras él la agarra con fuerza

de la cintura y ella se desliza hacia una rodilla y la música se eleva

desde los adoquines -algunos días Ravel, algunos días Bizet.

La novicia que se aleja canta para sí. Ha visto

la salvación del mundo dormida en una cuna,

colgando de un árbol. El canto de la muchacha

hace la luz del sol, hace la brisa que mece la cuna.

El panadero tuvo un medio pensamiento. Ahora está de pie como

un pilar que esperara a otro. Ve blanca harina cayendo como nieve,

cubriendo a la gente que primero intenta caminar, luego gatear, luego

se convierte en formas redondeadas: en otras tantas rebanadas de pan.

El bebé llevado por su madre sin corazón es muy viejo y durante años

fue protagonista de películas mudas. Trata de explicar que se lo cambió

accidentalmente por otro bebé en un autobús, pero no puede encontrar

las palabras mientras una vez más se lo llevan a casa para su horrible baño.

Primero el trabajador visionario evoca un gran salón, luego se pone

a sí mismo sobre el escenario, y explica y explica: adónde va el sol

por la noche, adónde van las moscas en invierno, mientras atentas

multitudes de perros y gatos lo escuchan en quietos montones.

Sin tener conciencia unas de otras, estas nueve personas dan vueltas entre sí

en una calle estrecha de ciudad. Cada una está tan resueltamente concentrada

en los pocos pasos que tiene por delante, que ninguna puede ver a su vecina

girando a su alrededor en círculos exactamente diferentes,

aunque exactamente similares: vidas idénticas iniciadas a solas,

transcurridas a solas, concluidas a solas -tan aisladas como puntos

de luz en el cielo nocturno, tan aisladas como las estrellas

y todo ese inmenso espacio negro que hay entre ellas.

La calle/versión 2
 


 
Cruza la calle el carpintero con una tabla dorada

sobre el hombro, como carga con su vida.

De blanco atuendo, débil sólo ante la tentación,

está construyendo otro muro que lo proteja.

La niña golpea una y otra vez la díscola pelota roja

con su raqueta azul. Tiene que enseñarle las reglas

a que deben atenerse las pelotas, y se enfurece

al ver que le lanza una mirada lasciva y un guiño.

La pareja oriental desearía danzar así siempre: girando

por una calle concurrida, con la mano de él tomándola

de la cintura mientras ella se deja caer y la música

(Ravel, Bizet…) se eleva desde los adoquines.

La novicia se aleja canturreando. Ha visto

a la salvación del mundo dormida en su cuna,

que cuelga de un árbol. El canto de la muchacha

crea la luz del sol, crea la brisa que mece la cuna.

Al panadero se le ha ocurrido a medias una idea y se yergue

como un pilar a la espera de otra. Ve harina cayendo como nieve

y cubriendo a la gente, que intenta andar, luego gatear y al final

se transforma en redondas rebanadas de pan blanco.

En brazos de su cruel madre va el viejo bebé,  durante años

protagonista de películas mudas. Quiere explicar que en el autobús

lo recogieron confundiéndolo con otro, pero no encuentra palabras,

y otra vez tendrá que soportar que en casa le den un baño horrible.

El trabajador visionario se imagina un gran salón y se sube

al estrado a perorar: adónde va el sol de noche, adónde

las moscas en invierno… mientras una atenta multitud

de perros y gatos se agolpa en silencio para escucharlo.

Nueve personas ajenas entre sí que miran

sólo lo que tienen delante, y no ven

que en esta callejuela sus prójimos dan

vueltas en círculos exactamente diferentes,

exactamente iguales: idénticas vidas iniciadas a solas,

transcurridas a solas, concluidas a solas,

aisladas como puntos en el firmamento,

como estrellas en el inmenso espacio negro.

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