Una vez sentados en el bar discurrieron sobre esto y aquello, de forma desordenada,

como tenían por costumbre. Hablaban, se quedaban en silencio, se escuchaban el uno

al otro o dejaban de escucharse, cada uno según le apetecía o le salía de dentro.

Había momentos, durante minutos enteros, en los que a Camier le faltaban las fuerzas

para llevarse el vaso a la boca. Mercier sentía dentro de sí el mismo desarreglo.

Era entonces cuando el menos débil de los dos daba de beber al más débil, posándole

entre los labios el borde del vaso. Un agolpamiento de oscuras formas greñudas,

que se hacían más tupidas conforme pasaba la hora, se cernía sobre ellos.

**

-¿No nos dejamos nada en los bolsillos, por un casual? –dijo Mercier.

-Billetes usados de todas clases –dijo Camier–, cerillas gastadas, trozos de hojas de periódicos

con anotaciones tachadas en los márgenes de citas ineludibles, el típico lápiz sin punta reducido

a su mínima expresión, bolas de papel higiénico manchadas, unos cuantos condones agujereados,

polvo. La vida, en resumidas cuentas.

-¿Nada que vayamos a necesitar? –dijo Mercier.

-¿No has oído lo que acabo de decir? –dijo Camier–. La vida.

Avanzaron un trecho en silencio, como solían hacer de vez en cuando.

**

-¿Qué van a tomar? –dijo el camarero.

-Cuando lo necesitemos se lo haremos saber –dijo Camier.

-¿Qué van a tomar? –dijo el camarero.

-Lo mismo de antes –dijo Mercier.

-Usted no ha pedido nada –dijo el camarero.

-Lo mismo que el caballero –dijo Mercier.

El camarero miró la copa vacía de Camier.

-He olvidado lo que era –dijo.

-Yo también –dijo Camier.

-Yo nunca lo supe –dijo Mercier.

-Haga un esfuerzo –dijo Camier.

-Nos está intimidando –dijo Mercier–, ¡muy bien!

-Hemos mantenido el tipo –dijo Camier–, aunque en realidad nos

estábamos cagando de miedo. Rápido,

traiga un poco de serrín, buen hombre.

**

-Si no tenemos nada que decir –dijo Camier–, no digamos nada.

-Tenemos cosas que decir –dijo Mercier.

-Entonces, ¿por qué no las decimos? –dijo Camier.

-No podemos –dijo Mercier.

-Entonces permanezcamos en silencio –dijo Camier.

-Pero si lo estamos intentando –dijo Mercier.

-Hemos salido adelante sin contratiempos –dijo Camier–

y sin resultar heridos.

**

-¿Adónde vamos? –dijo Camier.

-¿Es que no voy a librarme de ti? –dijo Mercier.

-¿No sabes adónde vamos? –dijo Camier.

-¿Qué importa –dijo Mercier– adónde vamos? Vamos, eso es suficiente.

 

Samuel Beckett

.

De Mercier y Camier

Editorial Confluencias

Traducción de José Francisco Fernández

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