Cuando del corazón surge un grito amarillo
grandes sargas se extienden sobre rostros amados.
Me dicen que ya es tarde y que el pastor de sombras
es ahora obediente a manos invisibles.
En nosotros ha entrado una serpiente ciega.
Ya nadie ama ni sonríe.
Un huracán de signos avanza inútilmente.
Las últimas mentiras se disfrazan de invierno.
Alguien entra descalzo a la fosa de los números,
alguien está anudando las cuerdas del olvido.
Los hay que cantan lívidos al borde del suicidio
y los más silenciosos copulan sin esperanza.
Un paso más allá todo es inexistencia;
todo se explica en el no ser.
Ya veo
la turba incandescente. Van a venir muy pronto
los reptiles del llanto.
Alguien está gritando cercado por la púrpura.
Alguien abre despacio la mirada sabiendo
que en su córnea se esconden las cifras terminales
y que su pensamiento
no es más que una costumbre que precede a la muerte.
En la calcinación, un perro sangra
rodeado de ausentes. Bajo miradas frías
el perro se convierte en azul para siempre.
Cunden fétidas rosas; sus pétalos cansados
descienden a mis manos. Silenciosas, se acercan
las madres que no olvidan.
Frutos enloquecidos
se unen a los restos desprendidos del fósforo
y a las últimas sílabas, a las incomprensibles
En la hora imposible despertará el durmiente;
como un cuchillo negro te mirarán sus ojos.
Vas a quedarte solo. Tu cuerpo tendrá frío
desnudo para siempre, desnudo hasta los huesos.
Acepta tu extravío, entrégate a la luz:
la luz es el comienzo de la causa invisible.
Antonio Gamoneda
sucesos
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