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[ezcol_1half]ghost crabs
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At nightfall, as the sea darkens,
A depth darkness thickens, mustering from the gulfs
and the submarine badlands,
To the seas edge. To begin with
It looks like rocks uncovering, mangling their pallor.
Gradually the laboring of the tide
Falls back from its productions,
Its power slips back from glistening nacelles,
and they are crabs.
Giant crabs, under flat skulls, staring inland
Like a packed trench of helmets.
Ghosts, they are ghost-crabs.
They emerge
An invisible disgorging of the seas cold
Over the man who strolls along the sands.
They spill inland, into the smoking purple
Of our woods and towns–a bristling surge
Of tall and staggering specters
Gliding like shocks through water.
Our walls, our bodies, are no problem to them.
Their hungers are homing elsewhere.
We cannot see them or turn our minds from them.
Their bubbling mouths, their eyes
In a slow mineral fury
Press through our nothingness where we sprawl on beds,
Or sit in rooms. Our dreams are ruffled maybe.
Or we jerk awake to the world of possessions
With a gasp, in sweat burst, brains jamming blind
Into the bulb-light. Sometimes, for minutes, a sliding
Staring
Thickness of silence
Presses between us. These crabs own this world.
All night, around us or through us,
They stalk each other, they fasten onto each other,
They mount each other, they tear each other to pieces,
They utterly exhaust each other.
They are the powers of this world.
We are their bacteria,
Dying their lives and living their deaths.
At dawn, they sidle back under the seas edge.
They are the moil of history, the convulsion
In the roots of blood, in the cycles of concurrence.
To them, our cluttered countries are empty battleground.
All day they recuperate under the sea.
Their singing is like a thin seawind flexing in the rocks of a headland,
Where only crabs listen.
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They are Gods only toys.
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cangrejos fantasmas
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Al anochecer, cuando el mar oscurece,
una oscuridad de profundidad se hace espesa, reuniéndose desde
los golfos y las tierras baldías submarinas,
hasta la orilla del mar. Para empezar
parece rocas que se desnudan, mutilando su palidez.
Gradualmente el trabajo de la marea
se retira cie sus frutos,
su fuerza se aleja de barquillas relucientes, y son
cangrejos.
Cangrejos gigantescos, bajo cráneos lisos, mirando fijamente
a tierra dentro
como una trinchera llena de cascos.
Fantasmas, son cangrejos fantasmas .
Emergen
vómito invisible del frío marino
sobre el hombre que camina por las arenas.
Se desparraman tierra adentro, en la púrpura humeante
de nuestros bosques y ciudades- oleaje erizado
de altos y tambalean tes espectros
deslizándose como sacudidos por el agua.
Nuestros muros, nuestros cuerpos, no son problema para ellos.
Sus hambres encuentran hogar en todas partes.
No podemos verlos ni alejarlos de nuestras mentes.
Sus bocas burbujeantes, sus ojos
en lenta furia mineral
presionan en la nada en que nos tumbamos en nuestras camas
o nos sentamos en nuestras habitaciones. Tal vez son agitados
nuestros sueños.
O nos convulsionamos despiertos al mundo de nuestras posesiones
con un jadeo, en una explosión de sudor, el cerebro
apretándose ciego
a la luz de la bombilla. A veces, durante minutos, un
deslizante
observador
grosor de silencio
presiona entre nosotros. Estos cangrejos poseen el mundo.
Toda la noche, a nuestro alrededor o en nosotros,
se acechan mutuamente, se sujetan mutuamente,
se montan mutuamente, se desgarran mutuamente,
se agotan hasta el extremo mutuamente.
Son los poderes de este mundo.
Nosotros somos sus bacterias,
muriendo sus vidas y viviendo sus muertes.
Al amanecer, se vuelven furtivamente a la orilla del mar.
Son la agitación de la historia, la convulsión
en las raíces de la sangre, en Jos ciclos del acuerdo.
Para ellos, nuestros países desordenados son vacíos campos de
batalla.
Durante el día entero se recuperan bajo el mar.
Su canto es como una fina brisa marina doblándose en las
rocas de un cabo,
donde sólo los cangrejos escuchan.
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Son los únicos juguetes de Dios.
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Ted Hughes
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