recita Alba
versión de Perfecto Cuadrado
381.
Nadie ha definido todavía, en un lenguaje comprensible para quien no lo haya experimentado, lo que es el tedio. Unos llaman tedio a lo que no es más que aburrimiento; otros, a lo que sólo es malestar; otros aún dicen tedio queriendo decir cansancio. Pero el tedio, aunque participe del cansancio, del malestar y del aburrimiento, participa de ellos como el agua participa del hidrógeno y del oxígeno de que está compuesta. Los incluye sin parecerse a ellos.
Así, si unos dan al tedio un sentido restringido e incompleto, algunos hay que le dan un significado que en cierto modo lo transciende —como cuando se llama tedio al disgusto íntimo y espiritual causado por la variedad e incerteza del mundo. Lo que hace abrir la boca, esto es, el aburrimiento; lo que hace cambiar de postura, o sea, el malestar; lo que hace que no podamos movernos, es decir, el cansancio —ninguna de esas cosas es el tedio; pero tampoco lo es el sentimiento profundo de la vaciedad de las cosas que hace que la aspiración frustrada se libere, el ansia desilusionada se levante y en el alma se forme la semilla de la que ha de nacer el místico o el santo.
El tedio es, en efecto, el aburrimiento del mundo, el malestar de estar viviendo, el cansancio de haber vivido; el tedio es, realmente, la sensación carnal de la múltiple vaciedad de las cosas. Pero el tedio, más que eso, es el aburrimiento de otros mundos, tanto si existen como si no; el malestar de tener que vivir, aunque sea como otro, aunque sea de otro modo, aunque sea en otro mundo; el cansancio, no sólo del ayer y del hoy, sino también del mañana, de la eternidad, si es que existe, y de la nada, si es que en ello consiste la eternidad. Y tampoco es sólo la vaciedad de las cosas y de los seres la que duele en el alma cuando se halla en estado de tedio: es también la vaciedad de alguna otra cosa que no son las cosas y los seres, la vaciedad de la propia alma que siente el vacío, que se siente ella misma vacío, y que en ese vacío se enoja y se repudia.
El tedio es la sensación física del caos y de que el caos lo es todo. El aburrido, el que siente malestar, el cansado se sienten presos en una celda estrecha. El que está a disgusto con la estrechez de la vida se siente encadenado en una celda amplia. Pero el que sufre de tedio se siente preso en libertad frustrada dentro de una celda infinita. Sobre aquel que se aburre, o siente malestar o fatiga, pueden abatirse las paredes de la celda y dejarlo enterrado debajo. Al que siente disgusto por la pequeñez del mundo pueden soltársele las cadenas y huir, o dolerse por no poder arrancárselas, y él así, sintiendo ese dolor, revivirse ya sin aquel disgusto. Pero las paredes de la celda infinita no pueden enterrarnos, porque no existen; ni siquiera pueden hacernos vivir por el dolor las cadenas que nadie nos puso.
Y es esto lo que siento ante la belleza plácida de esta tarde que se despide imperecederamente. Miro al cielo alto y claro, donde unas cosas vagas, rosáceas, como sombras de nubes, son la pelusilla impalpable de una vida alada y lejana. Bajo los ojos hacia el río, donde el agua, sólo ligeramente trémula, es de un azul que parece espejeado de un cielo más profundo. Alzo otra vez los ojos hacia el cielo, hay ya, entre lo que de vagamente colorido se deshace en jirones en el aire invisible, un tono algenado [sic] de un blanco deslucido, como si alguna cosa de entre las propias cosas, allí donde son más altas y frustradas, experimentara un tedio material propio, una imposibilidad de ser lo que es, un cuerpo imponderable de angustia y de desolación.
¿Y qué? ¿Qué hay en el aire más que el propio aire, que no es nada? ¿Qué hay en el cielo salvo un color que no es el suyo? ¿Qué hay en esos jirones de algo menos que nubes de las que ya hasta dudo, sino unos reflejos de luz incidiendo materialmente desde un sol ya sumiso? ¿Qué hay en esto todo sino yo? Ah, pero el tedio es eso, es sólo eso. ¡Es que en todo esto —cielo, tierra, mundo—, lo que hay en todo esto no es otra cosa que yo mismo!
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versión de Ángel Crespo
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314
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Nadie ha definido todavía, con un lenguaje comprensible para quien no lo haya experimentado, lo que es el tedio. Aquello a lo que algunos llaman tedio no es más que aburrimiento; aquello a lo que otros lo llaman, no es sino malestar; hay otros, todavía, que llaman tedio al cansancio. Pero el tedio, aunque participe del cansancio, y del malestar, y del aburrimiento, participa de ellos como el agua participa del hidrógeno y del oxígeno de que se compone. Los incluye sin parecerse a ellos. Si unos dan así al tedio un sentido restringido e incompleto, uno u otro le presta una significación que en cierto modo lo trasciende —como cuando se llama tedio al disgusto íntimo y espiritual de la variedad y de la incertidumbre del mundo. Lo que hace abrir la boca, que es el aburrimiento; lo que hace cambiar de posición, que es el malestar; lo que hace no poder moverse, que es el cansancio —ninguna de estas cosas es el tedio; pero tampoco lo es el sentimiento profundo de la vacuidad de las cosas, mediante el cual se libera la aspiración frustrada, el ansia 185 desilusionada se levanta, y se forma en el alma la simiente de la que nace el místico o el santo. El tedio es, sí, el aburrimiento del mundo, el malestar de estar viviendo, el cansancio de haberse vivido; el tedio es, en verdad, la sensación carnal de la vacuidad prolija de las cosas. Pero el tedio es, más que esto, el aburrimiento de los otros mundos, existan o no; el malestar de tener que vivir, aunque otro, aunque de otro modo, aunque en otro mundo; el cansancio, no sólo de ayer y de hoy, sino de mañana también, (y) de la eternidad, si la hay, (y) de la nada, si él es la eternidad. No es solamente la vacuidad de las cosas y de los seres lo que duele en el alma cuando siente tedio: es también la vacuidad de otra cosa cualquiera, que no las cosas y los seres, la vacuidad de la propia alma que siente el vacío, que se siente vacío, y que en él de sí misma se enoja y se repudia. El tedio es la sensación física del caos y de que el caos lo es todo. El aburrido, el malestante, el cansado, se sienten presos en uña celda estrecha. El disgustado de la estrechez de la vida se siente esposado en una celda grande. Pero el que tiene tedio se siente preso en libertad ordinaria en una celda infinita. Sobre el que se aburre, o tiene malestar, o fatiga, pueden derrumbarse los muros de la celda, y enterrarlo. Al que se disgusta de la pequeñez del mundo pueden caérsele las esposas, y él huir; o dolerse de no poder quitárselas, y él, con sentir el dolor, revivirse sin disgusto. Pero los muros de la celda infinita no nos pueden soterrar, porque no existen; ni siquiera nos pueden hacer vivir por el dolor las esposas que nadie nos ha puesto. Y esto es lo que siento ante la belleza plácida de esta tarde que termina impereciblemente. Miro al cielo alto y claro, donde cosas vagas, rosadas, como sombras de nubes, son un plumón impalpable de una vida alada y lejana. Bajo los ojos hacia el río, donde el agua, no más que levemente trémula, es de un azul que parece espejado desde un cielo más profundo. Alzo de nuevo los ojos al cielo, y ya hay, entre lo que de vagamente coloreado se deshilacha sin harapos en el aire invisible, un tono glacial de blanco empañado, como si también algo de las cosas, donde son más altas y ordinarias, tuviese un tedio material propio, una imposibilidad de ser lo que es, un cuerpo imponderable de angustia y de desolación. ¿Pero qué? ¿Qué hay en el aire alto más que el aire alto, que no es nada? ¿Qué hay en el cielo más que un color que no es suyo? ¿Qué hay en esos harapos de menos que nubes, de que ya dudo, más que unos reflejos de luz materialmente incidentes de un sol ya sumiso? ¿Qué hay en todo esto sino yo? Ah, pero el tedio es eso, sólo eso. ¡Es que en todo esto —cielo, tierra, mundo—, lo que hay en todo esto no es sino yo!
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original portugués
28-9-1932
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Ninguém ainda definiu, com linguagem com que compreendesse quem o não tivesse experimentado, o que é o tédio. O a que uns chamam tédio, não é mais que aborrecimento; o que a outros o chamam, não é senão mal-estar; há outros, ainda, que chamam tédio ao cansaço. Mas o tédio, embora participe do cansaço, e do mal-estar, e do aborrecimento, participa deles como a água participa do hidrogênio e oxigênio, de que se compõe. Inclui-os sem que a eles se assemelhe. Se uns dão assim ao tédio um sentido restrito e incompleto, um ou outro lhe presta uma significação que em certo modo o transcende — como quando se chama tédio ao desgosto íntimo e espiritual da variedade e da incerteza do mundo. O que faz abrir a boca, que é o aborrecimento; o que faz mudar de posição, que é o mal-estar; o que faz não se poder mexer, que é o cansaço — nenhuma destas coisas é o tédio; mas também o não é o sentimento profundo da vacuidade das coisas, pelo qual a aspiração frustrada se liberta, a ânsia desiludida se ergue, e se forma na alma a semente, da qual nasce o místico ou o santo. O tédio é, sim, o aborrecimento do mundo, o mal-estar de estar vivendo, o cansaço de se ter vivido; o tédio é, deveras, a sensação carnal da vacuidade prolixa das coisas. Mas o tédio é, mais do que isto, o aborrecimento de outros mundos, quer existam quer não; o mal-estar de ter que viver, ainda que outro, ainda que de outro modo, ainda que noutro mundo; o cansaço, não só de ontem e de hoje, mas de amanhã também, (e) da eternidade, se a houver, (e) do nada, se é ele que é a eternidade. Nem é só a vacuidade das coisas e dos seres que dói na alma quando ela está em tédio: é também a vacuidade de outra coisa qualquer, que não as coisas e os seres, a vacuidade da própria alma que sente o vácuo, que se sente vácuo, e que nele de si se enoja e se repudia. O tédio é a sensação física do caos, e de que o caos é tudo. O aborrecido, o mal-estante, o cansado sentem-se presos numa cela estreita. O desgostoso da estreiteza da vida sente-se algemado numa cela grande. Mas o que tem tédio sente-se preso em liberdade frusta numa cela infinita. Sobre o que se aborrece, ou tem mal-estar, ou fadiga, podem desabar os muros da cela, e soterrá-lo. Ao que se desgosta da pequenez do mundo, podem cair as algemas, e ele fugir; ou doer de as não poder tirar, e ele, com sentir a dor, reviver-se sem desgosto. Mas os muros da cela infinita não nos podem soterrar, porque não existem; nem nos podem sequer fazer viver pela dor as algemas que ninguém nos pôs. E é isto que eu sinto ante a beleza plácida desta tarde que finda imperecivelmente. Olho o céu alto e claro, onde coisas vagas, róseas, como sombras de nuvens, são uma penugem impalpável de uma vida alada e longínqua. Baixo os olhos sobre o rio, onde a água, não mais que levemente trêmula, é de um azul que parece espelhado de um céu mais profundo. Ergo de novo os olhos ao céu, e há já, entre o que de vagamente colorido se esfia sem farrapos no ar invisível, um tom algendo de branco baço, como se alguma coisa também das coisas, onde são mais altas e frustas, tivesse um tédio material próprio, uma impossibilidade de ser o que é, um corpo imponderável de angústia e de desolação. Mas quê? Que há no ar alto mais que o ar alto, que não é nada? que há no céu mais que uma cor que não é dele? que há nesses farrapos de menos que nuvens, de que já duvido, mais que uns reflexos de luz materialmente incidentes de um sol já submisso? Que há em tudo isto senão eu? Ah, mas o tédio é isso, é só isso. E que em tudo isto — céu, terra, mundo, — o que há em tudo isto não é senão eu!
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