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Cuando otra virtud no haya en mí, hay por lo menos la de la perpetua
novedad de la sensación libre.
Bajando hoy por la Calle Nueva de Almada, me fijé de repente en la espalda
del hombre que bajaba delante de mí. Era la espalda vulgar de un hombre
cualquiera, la chaqueta de un traje modesto en una espalda de transeúnte
ocasional. Llevaba una cartera vieja bajo el brazo izquierdo, y ponía en el suelo, al
ritmo de ir andando, un paraguas cerrado, que cogía por el puño con la mano
derecha.
Sentí de repente por aquel hombre algo parecido a la ternura. Sentí en él la
ternura que se siente por la común vulgaridad humana, por lo trivial cotidiano del
cabeza de familia que va a trabajar, por su hogar humilde y alegre, por los placeres
alegres y tristes de que forzosamente se compone su vida, por la inocencia de vivir
sin analizar, por la naturaleza animal de aquella espalda vestida.
Volví los ojos a la espalda del hombre, ventana por la que vi estos
pensamientos.
La sensación era exactamente idéntica a la que nos asalta ante alguien que
duerme. Todo lo que duerme es niño de nuevo. Tal vez porque en el sueño no se
puede hacer mal, y no se da cuenta de la vida, el mayor criminal, el más redomado
egoísta es sagrado, por una magia natural, mientras duerme. Entre matar a quien
duerme y matar a un niño no conozco diferencia que se sienta.
Ahora duerme la espalda de este hombre. Todo él, que camina delante de mí
con pasos iguales a los míos, duerme. Va inconsciente. Vive inconsciente. Duerme,
porque todos dormimos. Toda vida es un sueño. Nadie sabe lo que hace, nadie sabe
lo que quiere, nadie sabe lo que sabe. Dormimos la vida, eternos niños del Destino.
Por eso siento, si pienso con esta sensación, una ternura informe e inmensa por
toda la humanidad infantil, por toda vida social durmiente, por todos, por todo.
Es un humanitarismo directo, sin conclusiones ni propósitos, el que me asalta
en este momento. Sufro una ternura como si un dios viese. Los veo a todos a
través de una compasión de único consciente, los pobres diablos de hombres, el
pobre diablo de la humanidad. ¿Qué está haciendo aquí todo esto?
Todos lo movimientos e intenciones de la vida, desde la sencilla vida de los
pulmones hasta la construcción de ciudades y el trazado de fronteras de los
imperios, los considero una somnolencia, cosas como sueños o reposos, sucedidas
involuntariamente entre una realidad y otra realidad, entre un día y otro día de lo
Absoluto. Y, como alguien abstractamente maternal, me inclino de noche sobre los
hijos malos igual que sobre los buenos, comunes en el sueño en que son míos. Me
enternezco con una largueza de cosa infinita.
Desvío los ojos de la espalda de mi adelantado, y pasándolos a todos los
demás, cuantos van andando por esta calle, a todos los abarco nítidamente en la
misma ternura absurda y fría que me ha llegado de los hombros del inconsciente al
que sigo. Todo esto es lo mismo que él; todas estas chicas que hablan camino del
taller, estos empleados jóvenes que ríen camino de la oficina, estas criadas con
senos que regresan de las compras pesadas, estos mozos de los primeros
transportes: todo esto es una misma inconsciencia diversificada por caras y cuerpos
que se distinguen, como marionetas movidas por las cuerdas que van a dar a los
mismos dedos de la mano de quien es invisible. Pasan por todas las actitudes con
que se define la conciencia, y no tienen conciencia de nada, porque no tienen
conciencia de tener conciencia. Unos inteligentes, otros estúpidos, son todos
igualmente estúpidos. Unos viejos, otros jóvenes, son de la misma edad. Unos
hombres, otros mujeres, son del mismo sexo que no existe.

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 ___________________________________________

Quando outra virtude não haja em mim, há pelo menos
a da perpétua novidade da sensação liberta.
Descendo hoje a Rua Nova do Almada, reparei de repente
nas costas do homem que a descia adiante de mim.
Eram as costas vulgares de um homem qualquer, o casaco de
um fato modesto num dorso de transeunte ocasional. Levava
uma pasta velha debaixo do braço esquerdo, e punha no
chão, no ritmo de andando, um guarda-chuva enrolado, que
trazia pela curva na mão direita.
Senti de repente uma coisa parecida com ternura por
esse homem. Senti nele a ternura que se sente pela comum
vulgaridade humana, pelo banal quotidiano do chefe de família
que vai para o trabalho, pelo lar humilde e alegre dele,
pelos prazeres alegres e tristes de que forçosamente se compõe
a sua vida, pela inocência de viver sem analisar, pela
naturalidade animal daquelas costas vestidas.
Volvi os olhos para as costas do homem, janela por onde
vi estes pensamentos.
A sensação era exatamente idêntica àquela que nos assalta
perante alguém que dorme. Tudo o que dorme é criança
de novo; Talvez porque no sonho não se possa fazer mal, e se
não dá conta da vida, o maior criminoso, o mais fechado
egoísla é sagrado, por uma magia natural, enquanto dorme.
Entre matar quem dorme e matar uma criança não conheço
diferença que se sinta.
Ora as costas deste homem dormem. Todo ele, que caminha
adiante de mim com passada igual à minha, dorme.
Vai inconsciente. Vive inconsciente. Dorme, porque todos
dormimos. Toda a vida é um sonho. Ninguém sabe o que
faz, ninguém sabe o que quer, ninguém sabe o que sabe.
Dormimos a vida, eternas crianças do Destino. Por isso sinto,
se penso com esta sensação, uma ternura informe e imensa
por toda a humanidade infantil, por toda vida social dormente,
por todos, por tudo.
É um humanitarismo direto, sem conclusões nem propósitos,
o que me assalta neste momento. Sofro uma ternura
como se um deus visse. Vejo-os a todos através de uma compaixão
de único consciente, os pobres-diabos homens, o pobre-
diabo humanidade. O que está tudo isto a fazer aqui?
Todos os movimentos e intenções da vida, desde a simples
vida dos pulmões até à construção de cidades e a fronteiração
de impérios, considero-os como uma sonolência,
coisas como sonhos, ou repousos, passadas involuntariamente
no intervalo entre uma realidade e outra realidade,
entre um dia e outro dia do Absoluto. E, como alguém abstratamente
materno, debruço-me de noite sobre os filhos
maus como sobre os bons, comuns no sono em que são
meus. Enterneço-me com uma largueza de coisa infinita.
Desvio os olhos das costas do meu adiantado, e passando-
os a todos mais, quantos vão andando nesta rua, a todos
abarco nitidamente na mesma ternura absurda e fria que me
veio dos ombros do inconsciente a quem sigo. Tudo isto é o
mesmo que ele; todas estas raparigas que falam para o atelier,
estes empregados jovens que riem para o escritório, estas
criadas de seios que regressam das compras pesadas, estes
moços dos primeiros fretes — tudo isto é uma mesma inconsciência
diversificada por caras e corpos que se distinguem,
como fantoches movidos pelas cordas que vão dar aos
mesmos dedos da mão de quem é invisível. Passam com toda
as atitudes com que se define a consciência, e não têm consciência
de nada, porque não têm consciência de ter consciência.
Uns inteligentes, outros estúpidos, são todos igualmente
estúpidos. Uns velhos, outros jovens, são da mesma idade.
Uns homens, outros mulheres, são do mesmo sexo que não
existe.

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Fernando Pessoa

Del español: 

Libro del desasosiego 46

Título original: Livro do Desassossego

© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984

© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Segunda edición

———————-

Del portugués:

Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares

© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises

© Editora Brasiliense

2ª edición

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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