49

/DIARIO AL ACASO/


Todos los días la Materia me maltrata. Mi sensibilidad es una llama al viento.

Paso por una calle y estoy viendo en la cara de los transeúntes, no la

expresión que realmente tienen, sino la expresión que tendrían para conmigo si

conociesen mi vida, y cómo soy yo, si se transparentase en mis gestos y en mi

rostro la ridícula y tímida anormalidad de mi alma. En ojos que no miran, sospecho

burlas que encuentro naturales, dirigidas contra la excepción inelegante que soy

entre un montón de gente que hace y goza; y en el fondo supuesto de fisonomías

que pasan, carcajada de la tímida gesticulación de mi vida, una conciencia de ella

que sobrepongo e interpongo. En vano, después de pensar esto, procuro

convencerme de que de mí, y sólo de mí, la idea de la burla y del oprobio sutil

parte y chorrea. No puedo ya llamar a mí la imagen del verme ridículo, una vez

objetivado en los demás. Me siento, de repente, sofocar y dudar en una estufa de

mofas y enemistades. Todos me apuntan con el dedo desde el fondo de sus almas.

Me lapidan con alegres y desdeñosas burlas todos los que pasan junto a mí. Camino

entre fantasmas enemigos que mi imaginación enferma ha imaginado y localizado

en personas reales. Todo me abofetea y escarnece. Y a veces, en pleno en medio

de la calle —inobservado, al final—, me paro, dudo, busco algo así como una súbita

nueva dimensión, una puerta hacia el interior del espacio, donde huir sin demora de

mi conciencia de los demás, de mi intuición demasiado objetivada de la realidad de

las vivas almas ajenas.

¿Será que mi costumbre de colocarme en el alma de los demás me lleva a

verme como me ven los demás, o me verían si se fijasen en mí? Sí. Y una vez que

me doy cuenta de cómo sentirían respecto a mí si me conociesen, es como si lo

sintiesen de verdad, lo estuviesen sintiendo, y sintiéndolo, expresándolo en aquel

momento. Convivir con los otros es una tortura para mí. Y tengo a los otros en mí.

Incluso lejos de ellos, estoy forzado a su convivencia. Solo, me rodean multitudes.

No tengo hacia dónde huir, a no ser que huya de mí.

¡Oh grandes montes al crepúsculo, calles casi estrechas a la luz de la luna,

tener vuestra inconsciencia de las (…) vuestra espiritualidad de Materia sólo, sin

criterio, sin sensibilidad, sin dónde poner sentimientos ni pensamientos, ni

desasosiegos espirituales! ¡Árboles tan sólo árboles con una verdura tan agradable

a los ojos, tan exterior a mis cuidados y a mis penas, tan consoladora para mis

angustias porque no tenéis ojos con que mirarlas ni alma que, mirable por esos

ojos, puedan no comprenderlas y burlarse de ellas! ¡Piedras del camino, troncos

/mutilados/, mera tierra anónima del suelo de todas partes, hermana mía porque

vuestra insensibilidad ante mi alma es una caricia y un reposo [… ] al sol o bajo la

luna de la Tierra, mi madre, tan enternecidamente madre mía, porque ni siquiera

puedes criticarme, como puede mi propia madre humana, porque no tienes alma

con que, sin pensar en eso, analizarme, ni rápidas miradas que traigan

pensamientos de mí que ni a ti misma te confieses. Mar enorme, mi ruidoso

compañero de la infancia, que me descansas y me arrullas, porque tu voz no es

humana y no puede un día citar en voz baja a oídos humanos mis flaquezas, y mis

imperfecciones. Cielo vasto, cielo azul, cielo cercano al misterio de los ángeles […]

(…) tú no me miras con ojos verdes, tú, si te pones el sol al pecho, no lo haces

para atraerme, ni si te (…) de estrellas la antehaces para desdeñarme… Paz

inmensa de la Naturaleza, materna por su ignorancia de mí; sosiego apartado […]

tan hermano en tu nada poder saber de mí… Yo querría rezar a vuestra unidad y a

vuestra calma, como muestra de gratitud que nos trae el poder amar sin sospechas

ni dudas; querría prestar oídos a vuestro no poder oír, […] dar ojos a vuestra

sublime […] y ser objeto de vuestras atenciones por esos supuestos ojos y oídos,

consolado de estar presente ante vuestra Nada, atento, como de una muerte

definitiva, para lejos, sin esperanza de otra vida, más allá de un Dios y una

posibilidad de que fueses voluptuosamente viejo y del color espiritual de todas las

materias.

 

 

 


Fernando Pessoa

De Libro del desasosiego de Bernardo Soares, 49

Título original: Livro do Desassossego

Editorial Seix Barrai, S. A., 1997

Traducción de Ángel Crespo

 

 

 


 

La numeración de la versión española no existe en el original portugués; no hemos encontrado 

en el original el texto correspondiente al 49 en español, ni siquiera de forma dispersa. El recopilador

y traductor, Ángel Crespo, hace una llamada en el título del número 49, donde dice:

‘A pesar de su estado fragmentario, este texto vierte mucha luz sobre el carácter del personaje.’

Lo que tal vez explique la ausencia del texto en el original portugués. En cualquier caso, nos parece

oportuno transcribirlo sin el correspondiente original, dado su valor.


 

 

 

 

 

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