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/DIARIO AL ACASO/
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Todos los días la Materia me maltrata. Mi sensibilidad es una llama al viento.
Paso por una calle y estoy viendo en la cara de los transeúntes, no la
expresión que realmente tienen, sino la expresión que tendrían para conmigo si
conociesen mi vida, y cómo soy yo, si se transparentase en mis gestos y en mi
rostro la ridícula y tímida anormalidad de mi alma. En ojos que no miran, sospecho
burlas que encuentro naturales, dirigidas contra la excepción inelegante que soy
entre un montón de gente que hace y goza; y en el fondo supuesto de fisonomías
que pasan, carcajada de la tímida gesticulación de mi vida, una conciencia de ella
que sobrepongo e interpongo. En vano, después de pensar esto, procuro
convencerme de que de mí, y sólo de mí, la idea de la burla y del oprobio sutil
parte y chorrea. No puedo ya llamar a mí la imagen del verme ridículo, una vez
objetivado en los demás. Me siento, de repente, sofocar y dudar en una estufa de
mofas y enemistades. Todos me apuntan con el dedo desde el fondo de sus almas.
Me lapidan con alegres y desdeñosas burlas todos los que pasan junto a mí. Camino
entre fantasmas enemigos que mi imaginación enferma ha imaginado y localizado
en personas reales. Todo me abofetea y escarnece. Y a veces, en pleno en medio
de la calle —inobservado, al final—, me paro, dudo, busco algo así como una súbita
nueva dimensión, una puerta hacia el interior del espacio, donde huir sin demora de
mi conciencia de los demás, de mi intuición demasiado objetivada de la realidad de
las vivas almas ajenas.
¿Será que mi costumbre de colocarme en el alma de los demás me lleva a
verme como me ven los demás, o me verían si se fijasen en mí? Sí. Y una vez que
me doy cuenta de cómo sentirían respecto a mí si me conociesen, es como si lo
sintiesen de verdad, lo estuviesen sintiendo, y sintiéndolo, expresándolo en aquel
momento. Convivir con los otros es una tortura para mí. Y tengo a los otros en mí.
Incluso lejos de ellos, estoy forzado a su convivencia. Solo, me rodean multitudes.
No tengo hacia dónde huir, a no ser que huya de mí.
¡Oh grandes montes al crepúsculo, calles casi estrechas a la luz de la luna,
tener vuestra inconsciencia de las (…) vuestra espiritualidad de Materia sólo, sin
criterio, sin sensibilidad, sin dónde poner sentimientos ni pensamientos, ni
desasosiegos espirituales! ¡Árboles tan sólo árboles con una verdura tan agradable
a los ojos, tan exterior a mis cuidados y a mis penas, tan consoladora para mis
angustias porque no tenéis ojos con que mirarlas ni alma que, mirable por esos
ojos, puedan no comprenderlas y burlarse de ellas! ¡Piedras del camino, troncos
/mutilados/, mera tierra anónima del suelo de todas partes, hermana mía porque
vuestra insensibilidad ante mi alma es una caricia y un reposo [… ] al sol o bajo la
luna de la Tierra, mi madre, tan enternecidamente madre mía, porque ni siquiera
puedes criticarme, como puede mi propia madre humana, porque no tienes alma
con que, sin pensar en eso, analizarme, ni rápidas miradas que traigan
pensamientos de mí que ni a ti misma te confieses. Mar enorme, mi ruidoso
compañero de la infancia, que me descansas y me arrullas, porque tu voz no es
humana y no puede un día citar en voz baja a oídos humanos mis flaquezas, y mis
imperfecciones. Cielo vasto, cielo azul, cielo cercano al misterio de los ángeles […]
(…) tú no me miras con ojos verdes, tú, si te pones el sol al pecho, no lo haces
para atraerme, ni si te (…) de estrellas la antehaces para desdeñarme… Paz
inmensa de la Naturaleza, materna por su ignorancia de mí; sosiego apartado […]
tan hermano en tu nada poder saber de mí… Yo querría rezar a vuestra unidad y a
vuestra calma, como muestra de gratitud que nos trae el poder amar sin sospechas
ni dudas; querría prestar oídos a vuestro no poder oír, […] dar ojos a vuestra
sublime […] y ser objeto de vuestras atenciones por esos supuestos ojos y oídos,
consolado de estar presente ante vuestra Nada, atento, como de una muerte
definitiva, para lejos, sin esperanza de otra vida, más allá de un Dios y una
posibilidad de que fueses voluptuosamente viejo y del color espiritual de todas las
materias.
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Fernando Pessoa
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De Libro del desasosiego de Bernardo Soares, 49
Título original: Livro do Desassossego
Editorial Seix Barrai, S. A., 1997
Traducción de Ángel Crespo
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La numeración de la versión española no existe en el original portugués; no hemos encontrado
en el original el texto correspondiente al 49 en español, ni siquiera de forma dispersa. El recopilador
y traductor, Ángel Crespo, hace una llamada en el título del número 49, donde dice:
‘A pesar de su estado fragmentario, este texto vierte mucha luz sobre el carácter del personaje.’
Lo que tal vez explique la ausencia del texto en el original portugués. En cualquier caso, nos parece
oportuno transcribirlo sin el correspondiente original, dado su valor.
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