La destrucción o Aleixandre


Umbral, 15/12/1984


Leí Pasión de la tierra, poemas en prosa, uno de los primeros libros de Vicente

(el nombre de pila, sin más, se torna respetuoso, mítico, en los grandes), en la

mañana del 8 de diciembre de 1954, fiesta de la Inmaculada Concepción de

María. Todavía puedo repetir algunos párrafos: «Las viejas respiran por sus

encajes». Y no se me diga que esto es una greguería, porque, a la inversa, puede

decirse que las greguerías son la versión madrileña del metaforismo surrealista

y vanguardista, de Apollinaire a Reverdy (esto lo explico un poco más claro,

tampoco mucho, en mi libro Ramón y las vanguardias).

Todo el 27 viene de Juan Ramón, claro. Pero viene más como ética estética que

como estética pura. Juan Ramón es un poeta transido de emoción inmediata

(por mucho que corrigiese), y el 27 es una generación de emociones pasadas por

la cabeza, distanciadas de la autobiografía, aunque sean -y cómo no-

autobiográficas. A Vicente Aleixandre lo había leído yo en poemas sueltos –

poemas de Sombra del paraíso, en Ínsula-, pero me entré en él plenamente con

La destrucción o el amor y Espadas como labios. «Vimos gruesas serpientes 

dibujar su pregunta». «Se querían, sabedlo, entre la primavera». Etcétera.

Aleixandre siempre me explicó que su iniciación en la poesía se la debió a

Dámaso Alonso, y que su primer enceguecimiento poético fue Rubén Darío.

Mucho más tarde he comprendido que la música de Rubén (que es la de

Baudelaire, que es la de Hugo, etcétera, en un etcétera retrospectivo), pone aún

su viril estruendo en el verso libre de VA. ¿Verso libre? A Aleixandre, como a

Neruda y otros grandes versolibristas, les rige el endecasílabo de Garcilaso y el

alejandrino de Baudelaire. Sólo que los endecasílabos, en el verso libre, van por

dentro.

En cuanto al sistema de asociaciones o «juego de lo uno en lo otro», como decían

los surrealistas, con quien más concomita Aleixandre es con Eluard y André

Breton. Pero el surrealismo francés adolece de un cierto laconismo que le viene

del automatismo (más teórico que practicado), mientras que la confesada

fecundación de Rubén inunda para siempre a Aleixandre de armonías,

extensiones, plenitudes, paralelismos y cadencias, más esa o disyuntiva que él

aporta a la lengua española, y que es nada menos que una forma nueva de

establecer relaciones entre las cosas. Así como el Nobel de Juan Ramón fue el

Nobel a la España del exilio, el de Aleixandre fue el Nobel al exilio interior, dos

premios acertadamente corporalizados en dos poetas exentos y decisivos.

Adolescencia cruel. Durante la adolescencia cruel y madrileña,

le hice algunas visitas a Vicente Aleixandre, en la calle de su nombre,

que aún no lo tenía, y siempre lo encontré tendido, como en una siesta perpetua,

lúcida, cordial, expresiva, con juego de manos sensitivas y luz de ojos claros

andaluces (son mucho menos andaluces los ojos oscuros).

Yo creo que la prematura y obligada horizontalidad de buena

parte de su vida le dio a Aleixandre esa concepción apaisada del mundo y del

verso. No se ve lo mismo la vida, ni va igual el corazón, enhiesto que tendido.

También visité al poeta en Miraflores de la Sierra. Paseamos por el pueblo y nos

hicimos una foto junto a un grueso árbol centenario. «Este es el paisaje de La

destrucción o el amor». Vicente, en aquel verano de los 70, estaba entre mayor

inglés retirado y enfermo crónico y lírico. Dentro de su generación hay tres

surrealistas fundamentales: Lorca, Cernuda y él mismo. Él siempre rechazó lo

de «surrealista», pero lo es en la medida en que los surrealistas no lo son: quiero

decir que el surrealismo es un sistema metafórico nuevo, el más audaz desde

Petrarca, y que lo de la escritura automática, que Aleixandre siempre rechazó,

sólo se da en los inicios del movimiento surreal: textos conjuntos como La

Sagrada Familia. El surrealismo de Lorca (a mí me parece más surrealista el

Romancero gitano que Poeta en Nueva York, y creo que lo digo en mi lontano

libro sobre el poeta de Granada) es vital, directo, inmediato, casi narrativo. El

de Cernuda (primera época) queda más cercano del de Aleixandre, sólo que

Cernuda lo abandona pronto. Vicente Aleixandre, prácticamente no ha tenido

otra escritura fundamental que la surrealista, incluso en sus libros más

explícitos, como el ya citado Sombra del paraíso. En VA apenas hay

narrativismo, como en Lorca, sino una primera idea poética desarrollándose en

lentas cadencias, en armoniosas espirales, en luminosas landas del idioma.

Aleixandre tiene poco que contar o sabe que el poeta, en cada poema, debe

contar una sola cosa, y contarla de manera que no quede contada. El idioma,

pues, y la pastoral salvaje o beatífica de su largo verso, es lo que remite el poema

a sí mismo, por lo que ha podido decirse que Aleixandre era un poeta de

elaboración más que de confesión. Desde hace muchos años vengo pidiendo el

Nobel para él, aunque sospecho que no se lo dieron por eso.

La influencia del poeta sevillano/malagueño fue muy grande en España y

América durante tres décadas. Todo lo que nos llegaba de América, entre los 40

y los 60, sonaba a Aleixandre o a Neruda. (Ahora las cosas se han vuelto del

revés, que quizá sea el derecho.) últimamente nos veíamos en la clínica del gran

oftalmólogo García Castellón, y hablábamos de nuestros ojos y vejeces. Pero en

sus ojos enfermos aún había una luz «no usada», de paraíso sobre el que

comenzaba a caer la sombra, de amor sobre el que comenzaba a caer la

destrucción.

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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