Y entonces nosotros, cobardes

que amábamos la tarde

susurrante, las casas,

los senderos sobre el río,

las luces rojas y sucias

de esos lugares, el dolor

dulce y callado – nosotros

arrancamos las manos

de la viva cadena

y callamos, pero el corazón

se estremeció de sangre,

y ya no hubo dulzura

no hubo más abandonarse

al sendero en el río –

nunca más siervos, supimos

que estábamos solos y vivos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Cesare Pavese

de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Ediciones perdidas

Traducción de José Palacios


 

 

 

 

 

 

 

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