yusef komunyakaa

 

de el último bohemio de la avenida A

 

1947

 

un poema

traducción al español de juan josé vélez otero

 

Nº 2 septiembre 2016 POÉTICAS

Revista de Estudios Literarios

 

 

 

[ezcol_1half]

 

 

 

from the last bohemian of avenue A

 

 

To give the soil back to itself

Joe Top & I harvested horseshit,

following an invisible merry-go-round

in Central Park. We’d lug it

back here to Alphabet City,

wrap the dung & flower seeds

with cheese cloth, & then toss

the balls into bare lots of houses

torched to ashes by landlords.

We let the sunlight & rain

begin their hard bidding

till the gobs split open,

& the wormy pale tendrils

took hold in the wet dirt—

nasturtium, yarrow, birdsfoot,

cosmos, zinnia, & the whole thing

rose to push out the blight.

 

 

 

The needles & vials disappeared,

& this place grew into a droning

of bees & birds lost in mulberry

before foraying down south.

But us poor damn artists,

wherever we dare to go,

speculators are two steps

behind & ahead, with laws,

ordinances, statutes, ways

& means, & a monkey-wrench

gang to rough-up dreamers

poised among broken clocks.

 

 

Speaking of change,

well, I never hear cocks

anymore on my avenue.

At four or five in the morning

sound travels as if on water—

roosters from over on C

& D, cocky as Springtime

miniature trumpets blowing

for the all-night conjurers

trying to standoff ghosts

of newspaper hawkers

from bygone days. Now,

everything’s the next corner

or dust on the fortuneteller’s

eyelids. But I haven’t forgotten

brazen crowing from coops

hidden among pepper pots,

statues, & birds of paradise.

Those feathered warriors

bragged as if on the edge

of empire & outpost: a cure

for homesickness, fresh eggs

for breakfast, & a little shade

beneath a stunted flame tree.

I heard of a basement citadel

where on Fridays gamblers

fleeced dishwashers, janitors,

dog walkers, & short-order cooks.

But Loisaida grew into a refuge

budding towards many rumors

of crepe myrtle in whipped air,

& there’s always someone

driven to make a killing

among green shadows

this side of the Bowery

as sweat & blood sought

the hue of old sunken gold.

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de: el último bohemio de la avenida A

 

 

 

Para devolverle lo suyo a la tierra

Joe Top y yo recogíamos mierda de caballo

siguiendo un carrusel invisible

en Central Park. La traíamos

hasta aquí, hasta Alphabet City,

mezclábamos el estiércol con semillas de flores,

lo envolvíamos en estopillas de queso y lanzábamos

las bolas a solares vacíos de casas

convertidas en escombros por sus dueños.

Dejábamos que la luz y la lluvia

comenzaran su ardua tarea

hasta que los orificios se abrían

y los tentáculos blancos como gusanos

se agarraban a la tierra húmeda:

capuchinas, aquileas, cuernecillos,

cosmos, zinnias y todo lo demás

salían para poblar lo baldío.

 

 

Desaparecieron las agujas y los viales

y el lugar se convirtió en un zumbido

de abejas y pájaros escondidos en las moreras

antes de emprender camino al sur.

Pero nosotros, pobres artistas malditos,

adondequiera que vamos

nos encontramos con especuladores a dos pasos

en nuestro derredor, con leyes,

ordenanzas, estatuas, maneras

y argucias, y una banda de aguafiestas

dispuestos a fastidiar a los soñadores

imperturbables entre relojes parados.

 

 

Hablando de cambios

digamos que ya no oigo gallos

en mi avenida.

A las cuatro o las cinco de la mañana

el sonido viaja como si se desplazara sobre el agua;

los gallos del otro lado de las avenidas C

y D, altaneros como minúsculas trompetillas

de primavera, suenan

para los prestidigitadores noctámbulos

que intentan defenderse de los fantasmas

de los vendedores de periódicos

de los días pasados. Ahora

todo está cerca

o es polvo en los párpados

de los adivinadores. Pero no he olvidado

el canto desvergonzado de los gallineros

ocultos entre cacerolas,

estatuas y aves del paraíso.

Aquellos guerreros con plumas,

arrogantes como si guardaran

las puertas del imperio: un remedio

contra la nostalgia, huevos frescos

para el desayuno, y un poco de sombra

bajo un raquítico flamboyant.

Oí hablar de un bastión en un sótano

donde, los viernes, los tahúres

desplumaban a los friegaplatos, a los porteros,

a los paseadores de perros, y a los cocineros de comida rápida.

Pero Loisaida* se convirtió en un refugio

que brotó entre rumores

de árboles de Júpiter y un aire hostigado de luz;

y siempre hay alguien

obsesionado por hacer fortuna

bajo las frondosas sombras

de este lado de Bowery

donde el sudor y la sangre codiciaron

el brillo del oro hundido de los galeones.

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*Lower East Side, referido a la Avenida C en Alphabet City.
Es la palabra que usaban los artistas portorriqueños/Nuyoricans
(sobre todo el grupo que se asociaba con el Nuyorican Poets Cafe)
para referirse, en una palabra españolizada, al Lower East Side.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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