Das Bad Sommerabend
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Los rayos de sol son visibles y caen doradamente sobre el mujerío que se baña una tarde de verano. Cada una de ellas, que vienen a ser veintidós,
tiene su propia figura, su estética individual, su diferente grado de piel morena o pálida o bronceada, su peinado y sus costumbres, su singular manera
de moverse y su personal expresión.
Como sencillo merodeador, uno aprecia este abigarrado cuadro porque tiene magia, aciertos y muchos pormenores, de modo que desearía dejarlo
abierto a un merodeo general, universal, y escuchar luego, más tarde, otro rato, muchos merodeos distintos, cada uno con su perspectiva y sus fijaciones.
Sin intención de ser exhaustivo, sino simplemente para compartir las propias querencias, me gusta la mujer central que está en primer plano, con ese
poderío de actitud y de tetas y que avisa o riñe a lo que por sentido común sería un gato negro pero que puede ser un pez; me gusta la anciana arrugada
y morena de piel, con el culo caído, que está de espaldas, como tocando la guitarra; y la pálida con el viso blanco y la mirada mística que baja por las
escaleras como al martirio; y el extraño camino que parece un fuego pálido; y la que se ha sentado dentro del agua y asoma con un pelo primitivo y una
mirada de batracio; y, al lado de ella, las manos caídas de la mujer morena; y el pelo negro de la que se peina; y los vestidos blancos y negros dejados
sobre la hierba como animales, como vacas extrañas. Y la mujer que se ha dormido tumbada al sol, desordenadamente, y la criatura extraña que está
detrás de ella y nos mira con un pelo muy rizado y muy rubio.
Merodeando y no merodeando, uno podría quedarse mucho tiempo siguiendo la marcha de las veintidós damas, sus desplazamientos e interacciones,
sus manejos y alianzas, sus vidas de tarde de verano.
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Narciso de Alfonso
Merodeos: el desnudo femenino en la pintura
Félix Valloton (1865-1925)
Das Bad Sommerabend -1892
97 X 131 cm
Kunsthaus Zürich
Depositum der Gottfried Keller-Stiftung
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