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anna
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Ahí está la oreja de su oído de escuchar, suavísima de pliegues y sensual de diamantes tiernos, justamente
en la esquina íntima entre el ángulo maxilar y el cuello tibio, cruzada de yugulares y de novios muertos.
Y ahí están los párpados de los ojos de ver, con un espeso frufrú de pestañas. Y entre las cuencas oculares
remonta la nariz de oler con sus laderas y sus ventanas oscuras. Y nariz abajo va la boca de labios fruncidos que
sostienen la cerilla de madera.
La mano con sus cinco dedos diferentes, huesudos y marcados de tendones, que sujeta el encendedor de
fuego y piensa o está a punto de pensar. Las falanges son listas y saben.
Entre tanto pastelito femenino me llamo paco y pepe, como dos hombres de amor y fuerza, como dos seres
masculinos con su barba de afeitar y sus potencias. ¿Cómo, si no, contener tanto rojo de vestido y de fósforo y de
incendio? ¿cómo apaciguar los duros moscardones que la vigilan de arriba abajo, volando a su alrededor como en torno
a un rascacielos? ¿cómo acercarse a su aroma de sangre y pólvora y mujer sin dos hombres que se llamen paco y pepe?
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