alberto girri

 

prólogo a los poemas de wallace stevens

 

 

Bibliográfica Omeba
en todos los países de habla castellana
edición bilingüe
Buenos Aires
1967

 

prólogo de alberto girri

 

Desde 1914, en que a los treinta y cinco años publicara sus primeros poemas en «Poetry», la revista de Harriet
Monroe, hasta su muerte, en 1955, Wallace Stevens, abogado especialista en seguros, de la Harford Indemnity
Co., y uno de los talentos más originales y refinados que haya dado la poesía escrita en lengua inglesa en nuestro
siglo vivió confinado esa ambigua, y en gran medida desdeñada, categoría de poeta casi exclusivamente leído
por poetas y críticos profesionales, atraídos por el virtuosismo y la naturaleza experimental de gran parte de su obra.

Algo semejante, se ha señalado, al destino de Whistler, pintor para pintores, aunque con menos fortuna que éste,
pues ninguno de los poemas de Stevens alcanzaría, no obstante, tanta difusión como ciertas obras de Whistler;
el retrato de la madre del pintor, pongamos por caso.

Ni siquiera Sunday Morning, el más hermoso poema norteamericano de este siglo, al decir de Winters, un crítico
pocas veces benévolo con Wallace Stevens.

En lineas generales, el equívoco respecto de la situación de Stevens en la poesía contemporánea nace de la
manera cómo cierta critica convencional ha enjuiciado, considerándola una deficiencia y una limitación, un cierre
a amplias zonas de la realidad, la principal de las características de este creador: la práctica de una poesía de
tono predominantemente intelectual, y su tendencia a la abstracción.

Ciertamente, por sus intenciones y lenguaje, los poemas de Stevens parecen a menudo discursos
filosóficos, pero cualquier lector atento puede percibir que lo que allí está en juego es, más que conceptos, una tensión
espiritual a través de la cual el poeta trata de aprovechar todos los recursos que la inteligencia y la sensibilidad ponen
a su alcance para expresar una verdad, objeto esencial del poema, y los movimientos sucesivos en la búsqueda de esa
verdad.

Wallace Stevens suele tocar ternas más propios, aparentemente, de un tratado de estética o de poética que de
poemas; temas especulativos acerca de la creación artística, como en The Man With the Blue Guitar, extensa composición
en treinta y tres partes que desarrolla el problema de las relaciones entre el arte y la realidad, y donde hallamos enunciados
como estos de la parte XXII:

 

Poetry is the subject of the poem,
From this the poem issues and

To this returns. Between the two,
Between issue and return, there is

An absence in reality,
Thing as they are. Or so we say.

 

En rigor, lo que tales versos intentan no es un mero ejercicio intelectual sino una voluntad de retorno al puro canto;
y además, al decidir que la poesía es el terna del poema, declaración que por sí misma es ya una cifra de la lírica
stevensiana, se está expresando el estado del poeta frente a su objeto, su verse forzado, como artífice, a cantar
en versos la imposibilidad última del canto.

En cuanto a la abstracción, implica una suerte de contemplación platónica que quiere apresar lo esencial,
lo virgen y original de las ideas. Así, con la intuición y el pensamiento, el poeta recorre en cada cosa el curso de
toda la historia humana, llega a los principios, anula la corrupción y las modificaciones que el hombre y los siglos
han introducido en las cosas. Se propone recuperar la idea en su estado puro mediante el instrumento de Ia poesía,
supreme fiction, como la denomina Stevens.

Esta es la vida especulativa. La otra vida, la de los sentimientos, no le merece menos atención.
Para Wallace Stevens, el mundo que nos rodea es una realidad bien concreta que la mayoría
de sus poemas refleja no solamente en forma visual,
impresionista, sino plásticamente. Muchos, y
admirables, son los ejemplos de esa modalidad, tan decisiva en Wallace
Stevens como la otra.

En «Tattoo», de su libro «Harmonium», nos encontrarnos con uno de los más significativos, por la
limpieza y precisión de la línea,
y por la suma delicadeza lírica con que va destacando aquellos
que Bernard Berenson entendía como valores táctiles:

 

Tatuaje

La luz es como una araña.
Se arrastra por el agua.
Se arrastra sobre los bordes de la nieve.
Se arrastra debajo de tus párpados
y esparce allí sus telarañas;
sus dos telarañas.

Las telarañas de tus ojos
se pegaron
a tu carne y tus huesos
como la viga o la hierba.

Hay hilos en tus ojos,
en la superficie del agua,
y en los bordes de la nieve.

 

 

Esta aceptación y descripción del mundo exterior, es el paso inicial desde el que Stevens nos conduce al punto
central de lo que debe ser la poesía: una exploración de las relaciones entre la mente y la realidad, de la posible
diferencia entre la cosa observada y lo que la imaginación puede hacer con ella. O, también, lo que la imaginación
puede agregar a la realidad.

La poesía, escribió en una de sus prosas, es la intensificación (heightening) de la realidad, la purificación del percibir,
no un adorno o copia servil. En suma, una revelación, como está dicho textualmente en la parte VI de su poema
Description Without Place:

 

Description is revelation. It is not
The thing described, nor false facsimile.
It is an artificial thing that exists.
It is own seeming, plainly visible,
Yet not too closely the double of our lives,
Intenser than any actual life could be.

 

 

 

 

 

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