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Bambi está hermosa con su adolescencia y con su escaso vestido blanco, que se estira
como puede, hacia abajo, pudorosamente, y está hermosa con el escote palabra de honor,
y con su piel oscura, morena, suavísima.
A Bambi le gustan las motos y, además, prefiere las motos excesivas, subrayadas, ostentosas
de forma y de adornos y de brillos.
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Nos mira por encima de las plumas y esquivando el pelo que le cae sobre la frente.
Nos mira con esos ojos de gruesas cejas, nos mira con esos ojos oscuros de labios abundantes,
nos mira con esos ojos serios de nariz bonita.
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Todavía no se siente segura, no se encuentra cómoda con su cuerpo adolescente cuando lo sabe
o lo supone deseado: ay, Bambi, está todavía tan al principio, tan antes de todo comienzo.
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Luego, después, más tarde, mañana, Bambi volverá a su casa y se pondrá su camiseta y sus shorts
y se tumbará en el sofá a ver la tele y a comer palomitas: volverá a lo que es todavía su querencia
natural de adolescente con medio corazón en la infancia y que tiene que teletransportarse en diez
minutos desde el sofá con los dibujos animados hasta la chopper del tronco que sólo quiere tocarle
las tetas.
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