luis alberto de cuenca: poética

 

 

 

 

 

Mi poesía me la trae la brisa que de vez en cuando sopla en mi
calle, junto a olores antiguos más o menos prohibidos, canciones ol-
vidadas y deseos por realizar. Mi poesía es figurativa. Mi poesía se en-
tiende. Mi poesía busca moldes métricos y es, casi siempre, epigra-
mática. Hace unos quince años, y guiado por lecturas helenísticas (la
Antología Palatina) y provenzales (la lírica trovadoresca compilada por
Martín de Riquer), abandoné una poesía de estructuras abiertas y em-
pecé a escribir otra de estructuras cerradas, centrándome en los tres o
cuatro temas que desde entonces aparecen una y otra vez en mi obra
poética, y que son los temas de siempre.

 

La poesía es tan sólo una parte de mi vida. Tengo poco o nada que
ver con los poetas para quienes la profesión poética es toda su vida, con
los poetas que se creen geniales y te derriten la cabeza con sus libros
inéditos para que les des tu opinión. Alucino cuando alguien dice que
ser poeta es una religión, que para escribir versos se necesita estar en
trance o recibir señales de lo alto o de lo profundo.

 

El concepto que valoro más a la hora de escribir poesía es la since-
ridad (una «sinceridad» entre comillas que implica el concepto, tam-
bién entrecomillado, de «obligatoriedad» o «necesidad» del poema).
Pero no me interesa la sinceridad si no va acompañada de la claridad.
Pienso que es de la sabia conjunción entre sinceridad, claridad, técni-
ca y sensibilidad de donde surge la emoción poética. Soy mal lector de
poesía contemporánea en la medida en que la poesía contemporánea
no suele preparar bien esos cócteles.

 

Por lo demás, no hay poesía si quien la escribe no posee dominio
del oficio, conciencia del género, rigor en la construcción y, desde
luego, oído. Un poeta no debe contar nunca las sílabas de un verso.
¡Cuántos endecasílabos mal medidos o mal acentuados en nuestra po-
esía más reciente! No debemos renunciar a lo mejor de la Vanguardia,
a esa Vanguardia que relampaguea en los versos humorísticos de Ángel
Guache o en la poesía más reciente de Abelardo Linares, pero tampo-
co a nuestra tradición, que es lo más valioso que tenemos.

 

Me gusta recordar que mi poesía suele gustarle a gente que no lee
poesía o piensa que la poesía es un asunto de señoras cursis y/o de ta-
rados. Eso demuestra que la poesía puede y debe salir del ghetto, de las
mafias y sectas, del malditismo. De su propia y tediosa iconografía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

antología consultada
de la poesía española

el último tercio del siglo
1968-1998

volumen CCCC
colección visor de poesía
visor madrid 1998

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