viktoria
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Viktoria tal vez ha venido en la nave sagrada; está hermosa de rasgos y de estilo y de ojos caídos:
esos ojazos para los que no tiene suficientes párpados; y el pelo castaño que le cae hacia delante, sobre media
cara, y se la despeina casi por completo, con la compensación de que la oreja le queda limpia, desnuda y visible
para los peatones de la vida que andamos merodeando por estos alrededores.
El personal dice, decimos, por ejemplo: viento sideral, y nos quedamos tan tranquilos, tan contentos,
pero después llega la noche, con su viento sideral, cósmico, que nos consume el rostro, las mejillas, que nos devora
la cara. Como la belleza, son asuntos terribles, sagrados, que llegan directamente del más allá.
Y la nariz larga y bonita de Viktoria, con el perfil ondulado y la punta en redondo; y los labios naranjas, a
juego con el traje, tal vez iluminados por un sol suplementario, secundario, menor, uno de esos soles de la vida que
van y vuelven sin mucha órbita, con desorden, a la suya.
Y también va guapa de blusa de color crudo, amplia y suave, abrochada hasta el último botón que es en
realidad el primero, hermosa mujer, Viktoria.
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