qiamen

china

 

China, con sus chinos, es una cosa excesiva, inexplicable, tremebunda. El fotógrafo de China

ha instalado su ventana ambulante frente al garito de este vendedor de algo, que ya desde la distancia

nos invita a vivir. Los chinos son tantos y tan unánimes que parecen todos, que podrían ser todos:

a partir de China con sus chinos, prescindiendo del resto del mundo mundial, se podría constituir una

entera humanidad, y nadie notaría nada.

¿Cómo valorar, cómo interpretar la sonrisa del vendedor de la foto? Con los criterios occidentales, se trata,

de entrada, de una sonrisa idiota, de la sonrisa de un imbécil: la de alguien que tiene que sobredecirnos,

sobreindicarnos, sobreexpresarnos, que está ahí y que vende algo. Es el sobrante, el exceso, la insistencia

en la información gestual –sonrisa incluida- lo que lo hace idiota: no comprende que nosotros también

comprendemos y que ya hemos comprendido: se trata de una perversión del mensaje comercial que emite.

Parece que en China todo se resuelve por la vía cuantitativa, que viene a ser una agotadora acumulación

de lo mismo: el número uno es una pérdida de tiempo, ya que no se utiliza para (casi) nada: la unidad mínima

tendría que ser, para estos numeradores, de mil, por poner un poner: por debajo de mil sólo hay céntimos,

calderilla, fracciones despreciables.

La duda de las dudas es si tienen vida interior o algo equivalente: si no la tuvieran, llegaríamos a una conclusión

tal vez sorprendente: se puede vivir –y morir- sin vida interior. El chino vendedor de algo capturado en la foto,

puede ser que después de esta impúdica ostentación expresiva que nos ofrece, se dirija a la trastienda del garito

y se recoja, se preocupe, deje de ser imbécil. Desde nuestra depravada cultura occidental, no comprenderíamos

que no dijera nunca te quiero, o te odio, que no se detuviera a sentir, que no pensara alguna vez en otro en

términos desinteresados, amorosos, dramáticos o lúdicos.

Admitamos el número de bolsas plásticas del mostrador, pero, por qué tanta bolsa amarilla en el mostradorcillo

auxiliar, en el que no cabe ni una sola más.

Si, por lo menos, supiéramos qué vende.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Narciso de Alfonso

© Fotografía de Servando Gotor Sangil

Merodeos urbanos y suburbanos


 

 

 

 

 

 

 

2 Comentarios

  1. angel

    Tengo que decir que no estoy de acuerdo con este merodeo,

    Personalmente siempre me ha gustado la cultura oriental. Como todo, supongo tiene su lado oscuro, pero por eso no deja de tener su belleza particular.

    Además, yo creo que sí, que los chinos sienten, como cualquier hijo de vecino. Supongo que un chino , en lo oscuro, es más chino, porque no se nota como se lo lleva la vida hacia dentro por esa desconexión con el gesto. Está encerrado, pidiendo ayuda sin que lo oiga nadie y el único camino que le queda es el interno, el de comprenderse a sí mismo y por lo tanto, a la vida y al universo.

    abrazo

    Ángel

    Responder
  2. caballo

    Ángel: supongo que un merodeo es algo escrito para no estar de acuerdo:

    o, de otro modo: el desacuerdo es lo que, cabalmente, hace un merodeo.

    También -no sé si es ventaja o no- se merodea sobre una imagen concreta,

    peculiar, particular, como la de este vendedor, que más que chino está en china 😎

    Un abrazo

    Gracias por merodear

    Narciso

    Responder

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