soldado

el soldado

 

El fotógrafo de la guerra nos ha dejado la ventana abierta a la estampa con gorra de visera de este soldado

de la guerra total. Quizá, a lo largo de su preparación, un soldado tenga que aprender a estar, a la vez, a los

dos lados de un cadáver, o a refugiarse –en caso extremo- más allá de la cabeza de Dios.

Tal vez, ahora mismo esté escuchando el tamtam del eterno retorno, o quizá piense que todo el universo ha

sido correcto con él menos los hombres, sus semejantes. En las maniobras de supervivencia puede que le

enseñen cosas prácticas: si se hace un agujero en el suelo en el lugar equivocado, hacerlo más profundo

no servirá de nada. Por ejemplo.

Probablemente no estará completamente muerto cuando muera, algo de él se quedará a vivir debajo de un

mapamundi de tela cuarteada, con los colores gastados y bonitos. Claro que, si es desconocido y está lejos,

a nadie le importará que se muera.

De noche, de noche debe de ser cuando silban los imanes de la destrucción: un aire sin cielo que lo delata al

enemigo, que lo viste para desaparecer: dentro de su piel no viaja nadie; fuera de su piel nadie lo ve pasar.

Se dice que, quien está atado a una estrella, no da marcha atrás.

Quizá algunos soldados se destruyan a sí mismos porque esa sea la única manera que tienen de saber quiénes

son. O quizá sean tan perdedores que ni siquiera se dan cuenta de cuándo ganan. O pueden ser mentalmente

divergentes: es increíble lo que se puede hacer cuando uno no tiene que mirarse nunca más en el espejo: para

sobrevivir a una guerra hay que convertirse en guerra.

El soldado con la gorra de visera puede tener su propia metafísica del universo, y quizá por eso la muerte se acueste

a sus pies, a dormir en sus tranquilas aguas. Como si la misma muerte se sintiera protegida a su lado. Con todo,

no sabemos si el soldado con la gorra de visera cree que morirá de vida y no de tiempo, como el poeta.

Tiene que saber apretar los botones adecuados, y su vida irá de víctima en víctima hasta la víctima final y, mientras,

su piel olerá cada vez más a planeta deshabitado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Narciso de Alfonso

© Fotografía de Servando Gotor Sangil

Merodeos urbanos y suburbanos


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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