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Tía Cármine era tan bella, con vestido en revoltijo rosado
y el ramo de fresias que perfumaban la casa y el cielo.
Yo decía tímidamente «Tía Cármine» y no lo decía.
Mi voz no sonaba.
La seguí de lejos por todo el campo, la miraba andar como si se tratara
de una rosa rosada caminante, un ópalo con pie.
Tía Cármine.
Ella ni se fijaba aunque de tanto en tanto, decía: Sobrina, ven a mí.
En uno de esos días o de esos años, ocurrió su boda. Su casamiento.
Todas las señoras muy bellas se casaban con animales.
Era su privilegio. Señal de señorío y diamante.
Para ella acudió el Maestro Tigre que era altamente exigente
y nunca estaba conforme con nada. Daba terror.
Esa vez estuvo de gala, el pelo lustroso y rayado, las uñas afiladas
que en la comunión lastimaron a ella, le hicieron saltar sangre.
Yo vi todo, de cerca, de lejos.
Tía Cármine.
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Marosa di Giorgio
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Tía Cármine
En La flor de lis
Buenos Aires, El cuenco de plata, 2004
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