seamus heaney

 

100 poemas

 

 

c. 2000

traducción: andrés catalán

 

 

[ezcol_2third]       
nota de la familia

 

La idea que hay detrás de esta colección de cien poemas no es nueva. Mi padre había contemplado un libro así, especialmente durante los últimos años, y había llegado incluso a planteárselo a su editor y a algunos confidentes. Le atraía la noción de una selección «reducida» y a pesar de que había seleccionado y editado sus Poemas escogidos 1965-1975, Nuevos poemas escogidos 1966-1987 y Campo abierto: poemas 1966-1996 —además de muchas ediciones de traducciones— no existía ningún volumen que representara todo el recorrido de su carrera, desde el primer libro al último.

Ahora, a punto de cumplirse cinco años de su muerte, nosotros, sus familiares más cercanos, hemos recuperado esa idea. Por su propia naturaleza es una selección diferente de la que habría hecho papá… o un editor independiente, en todo caso. Tomamos la decisión de basarnos en los doce libros originales (con dos excepciones) y dejar aparte sus traducciones de Sweeney Astray, Beowulf y demás. Incluye muchos de sus poemas más queridos y célebres, así como otros que eran los que prefería leer y que evocan esa voz tan añorada. Sin embargo, hay también algunas elecciones que tienen una particular resonancia para cada uno de nosotros: evocaciones de amigos fallecidos; recuerdos de lejanas vacaciones; objetos conocidos del hogar familiar. Cada uno de nosotros —mi madre Marie, mis hermanos Michael y Christopher, y yo— nos enfrentamos a la tarea armados con la memoria de toda una vida, nadie tanto como mi madre, que tuvo que elegir entre un tesoro de poemas amorosos que abarca cincuenta años. Resulta tal vez inevitable que la selección resultante esté impregnada de los recuerdos personales de la vida que compartimos.
Esperamos no obstante que todo el mundo encuentre aquí algo que apreciar o que le sorprenda: que un recién llegado disfrute leyendo estos poemas por primera vez y que el devoto veterano pueda redescubrir uno de sus poemas favoritos olvidados o simplemente volver a escuchar la voz poética a medida que cambia y madura a lo largo de los años. Sin duda muchos lectores acudirán a este libro con sus propios recuerdos y asociaciones: de momentos en los que un poema les ayudó a señalar un instante de dicha, quizás, o les ofreció un consuelo.

Finalmente, en lugar de ser un volumen «in memoriam», esta recopilación pretende ser una celebración de la extraordinaria persona que nos entregó estos poemas. Él mismo dijo una vez que había empezado a pensar que la vida era «una serie de ondas que se ensanchan desde un núcleo original»; esperamos que este libro sirva como recordatorio de la fuerza y la vitalidad de su obra y sea testimonio de su vida futura, que sigue prolongándose con cada nuevo lector.

 

Catherine Heaney

[/ezcol_2third] [ezcol_1third_end][/ezcol_1third_end]

 

 

 

[ezcol_1half] the grauballe man

 

As if he had been poured
in tar, he lies
on a pillow of turf
and seems to weep

the black river of himself.
The grain of his wrists
is like bog oak,
the ball of his heel

like a basalt egg.
His instep has shrunk
cold as a swan’s foot
or a wet swamp root.

His hips are the ridge
and purse of a mussel,
his spine an eel arrested
under a glisten of mud.

 

The head lifts,
the chin is a visor
raised above the vent
of his slashed throat

 

that has tanned and toughened.
The cured wound
opens inwards to a dark
elderberry place.

 

Who will say ‘corpse’
to his vivid cast?
Who will say ‘body’
to his opaque repose?

 

And his rusted hair,
a mat unlikely
as a foetus’s.
I first saw his twisted face

in a photograph,
a head and shoulder
out of the peat,
bruised like a forceps baby,

but now he lies
perfected in my memory,
down to the red horn
of his nails,

hung in the scales
with beauty and atrocity:
with the Dying Gaul
too strictly compassed

on his shield,
with the actual weight
of each hooded victim,
slashed and dumped.
[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end] el hombre de grauballe

 

Como si lo hubieran bañado
en alquitrán, descansa
en una almohada de turba
y parece llorar

el río negro de sí mismo.
Las vetas de las muñecas
son de madera de turbera,
la base del talón

 

es un huevo de basalto.
El empeine se ha contraído,
frío como la pata de un cisne
o una húmeda raíz del pantano.

Las caderas son las estrías
y la bolsa de un mejillón,
la columna una anguila detenida
bajo un destello de fango.

La cabeza se levanta,
la barbilla es una visera
alzada sobre el respiradero
de la garganta degollada

y endurecida al curtirse.
La acecinada herida se abre
hacia dentro, hacia un lugar
oscuro como bayas de saúco.

¿Quién llamaría «cadáver»
a este molde vívido?
¿Quién llamaría «cuerpo»
a esta quietud opaca?

Y el cabello herrumbroso,
una maraña igual de insólita
que la de un feto.
Vi su rostro retorcido

por primera vez en una foto,
una cabeza y un hombro
asomando de la turba, magullados
como tras un parto con fórceps,

pero ahora descansa
perfeccionado en mi memoria
—también la roja cuerna
de sus uñas-

colgado en la balanza
junto a Atrocidad y Belleza:
junto al Gálata moribundo
rigurosamente encajado

encima de su escudo,
junto al peso real
de cada encapuchada víctima,
acuchillada y tirada.
[/ezcol_1half_end]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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