wallace stevens

 

la idea de orden en key west

 

 

 

 

From Harmonium, 1923

La idea de orden en Key West

 

 

 

Traducción Roberto Echavarren

Los poemas de nuestro clima
Wallace Stevens
La Flauta Mágica,
Montevideo, 2011.

 

 

 

Cantaba más allá del genio del mar.

El agua nunca se formó para mente o voz,

Como un cuerpo completamente corporal, flameando

Sus mangas vacías; y sin embargo esta moción mímica

Era un grito constante, que llevaba constantemente a llorar,

Que no era nuestro, pero entendíamos,

Inhumano, del océano verdadero.

 

El mar no era una máscara. Ella no era tampoco.

La canción y el agua no eran mezcolanza de sonido

Aún si lo que ella cantaba era lo que oía,

Y lo que cantaba era pronunciado palabra por palabra.

Puede que en todas sus frases se removiera

El agua triturante y el acezante viento;

Pero nosotros la oíamos a ella y no al mar.

 

Porque era la realizadora del canto que cantaba.

El mar siempre encapuchado, gesticulando trágico

Era apenas un lugar al que ella iba para cantar.

Y ¿Qué espíritu es éste? dijimos, porque sabíamos

que buscábamos el espíritu, y sabíamos

que deberíamos seguir preguntando mientras ella cantaba.

 

Si fuera sólo la voz oscura del mar

Que se levantaba, aún coloreada por muchas olas;

Si fuera sólo la voz exterior del cielo

Y la nube, o la pared de coral bajo el agua,

No importa cuán clara; sería aire profundo,

Exhalado discurso del aire, un sonido de verano

Repetido en un verano sin fin

Del sonido. Pero era más que eso,

Más aún que su voz, y la nuestra, entre

Las hocicadas sin sentido del agua y el viento,

Y las distancias teatrales, sombras bronceadas levantándose

Sobre horizontes altos y atmósferas montañosas,

De mar y de cielo.

 

                             Era su voz que volvía

El cielo más agudo al desvanecerse.

Hora por hora medía la soledad.

Era la artífice única del mundo

En el cual cantaba. Y cuando cantaba, el mar,

Fuera cual fuese su sí mismo, se volvía el sí mismo

Que era su canto, pues ella lo hacía. Entonces nosotros,

Mientras observábamos su caminata allí sola,

Supimos que nunca habría un mundo para ella

Excepto aquél que ella cantaba y, cantando, hacía.

 

Ramón Fernández, si lo sabes, dime

Por qué, cuando el canto terminó y nos dimos vuelta

Para volver al pueblo, dime por qué las vidriosas luces,

Las luces de los barcos pesqueros anclados allí,

Al caer la noche, titilaban en el aire,

Dominaban la noche y dividían el mar,

Determinaban zonas iluminadas y palos ardientes,

Arreglando, profundizando, encantando la noche.

 

¡Oh! Bendita rabia de orden, pálido Ramón,

la rabia del poeta por ordenar palabras del mar,

palabras de los portales fragantes, con estrellas bajas,

y de nosotros y de nuestros orígenes,

entre demarcaciones fantasmagóricas, sonidos incisivos.   

 

 

 

Traducción de Elisa Ramírez Castañeda

página del GRUPO LI PO
[no queda claro quién es el traductor]

 

 

 

 

Cantaba más allá del genio de la mar.

El agua no se unció jamás a mente o voz,

como un cuerpo total,aleteando en el aire

con sus mangas vacías; sin embargo, su ritmo

incansable engendraba un grito inapelable

que no era nuestro grito aunque siempre supimos

que, inhumano, nacía del océano cierto.

 

no era máscara el mar. Tampoco lo era ella.

Agua y canción no eran un sonido fundido

aunque lo que cantaba fuese lo que ella oía,

pues canción brotaba palabra tras palabra.

Pudiera ser que en todas sus frases se agitaran

las oprimentes aguas y el viento jadeante;

pero era a ella y no al mar a quien oíamos.

 

Pues ella componía la canción que cantaba.

El siempre encapuchado, grandilocuente mar

era sólo el lugar donde ella iba a cantar.

Decíamos ¿de quién es? Y es que también supimos

que habríamos de de buscar ese espíritu siempre,

que siempre cantase querríamos saber.

 

si escuchábamos sólo la oscura voz del mar

alzada o coloreada por numerosas olas,

si era sólo la externa voz de cielo y de nube,

de corales hundidos con murallas de agua

por muy clara que fuese , sería un aire profundo,

el habla palpitante del aire, un sonido

estival repetido en un largo verano

solamente un sonido. Pero era algo más,

algo más que su voz, que la nuestra, enredado

en los saltos fútiles de las aguas y el viento,

distancias teatrales, sombras de bronce unidas

en altos horizontes, atmósferas inmensas

de mar y cielo.

 

          Era su voz la que tornaba

más intenso a ese cielo en su disipación.

Medía su soledad contemplando las horas.

Ella era la única hacedora del mundo

en que cantaba.Y cuando ella cantaba, el mar

perdía su identidad trasmutado en el ser

que ya era su canción, pues ella la compuso.

Nosotros, entretanto, al verla caminar

solitaria supimos que su único mundo

sería el que cantaba y que cantando hacía.

 

Ramón Fernández, dime, si lo sabes,por qué

al cesar la canción y volvernos al pueblo

dime por qué   las luces vidriosas, esas luces

de los barcos de pesca anclados en la costa

cuando llegó la noche, curvadas en el aire,

vencieron a la noche, segmentaron al mar,

con zonas incendiadas y mástiles ardientes,

ordenada, profunda, embrujadora noche.

 

Bendita ansia de orden, Ramón, del hacedor

el ansia de ordenar palabras de la mar,

palabras de fragantes mástiles tenebrosos

y nuestras y nuestros orígenes, en lineas

mucho más espectrales, desgarrantes sonidos.

 

 

 

traducción de Daniel Aguirre Oteiza

Barcelona : Lumen,
2011 – Poesía ; 161

 

 

 

Ella cantaba más allá del genio de la mar.

Nunca tomaba el agua forma de voz o mente,

igual que cuerpo cabalmente cuerpo que se sacude

unas mangas vacías; y con todo su mímico moverse

producía constante clamor, constantemente causaba un clamor,

-que no era nuestro, aunque comprendiéramos-

inhumano, del verdadero océano.

 

La mar no era una máscara. Ella tampoco lo era más.

El agua y la canción no eran ninguna mezcla de sonido

aun si lo que cantaba ella era aquello que ella oía,

ya que lo que cantaba ella era dicho palabra por palabra.

Tal vez en todas sus frases bullía

el aplastante agua y el acezante viento,

pero era ella no la mar lo que hasta nuestros oídos venía.

 

Pues era ella la artífice de la canción que ella cantaba.

Encapotada siempre, gesticulante trágica, la mar

no era más que un lugar por el que paseaba ella para cantar.

¿De quién será este espíritu?, decíamos nosotros, porque sabíamos

que era el espíritu lo que buscábamos, sabíamos

que eso debíamos preguntar a menudo mientras ella cantara.

 

Si solo hubiera sido la oscura voz de la mar

lo que surgía, o hasta coloreada por abundantes olas;

si solo hubiera sido la externa voz de cielo

y nube, del calado coral por agua guarecido,

como fuera de claro, habría sido hondo aire,

del aire la agitada habla, del verano un sonido

repetido en un verano sin fin

y tan solo sonido. Pero algo más que eso era,

incluso más que la voz de ella, y que la nuestra, entre

las zambullidas sin sentido de agua y viento,

teatrales distancias, sombras de bronce hacinadas

sobre elevados horizontes, montañosas atmósferas

de cielo y mar.

 

Era la voz de ella la que hacía

que se acentuara más el cielo al desaparecer.

Ella medía a cada hora su soledad.

Ella era la única artífice del mundo

en que cantaba. Y, al cantar ella, la mar,

fuera su yo cual fuese, venía a ser el yo

que era la canción de ella, pues ella era la artífice. Así nosotros,

al contemplar las zancadas que daba allá ella sola,

sabíamos que nunca hubo un mundo para ella

excepto el que cantaba y, al cantar, hacía.

 

Ramón Fernández, dime, si es que tú lo sabes,

por qué, cuando acabó el cantar y nos volvimos

en dirección a la ciudad, dime por qué las cristalinas luces,

las luces de los barcos pesqueros que allá anclaban,

mientras la noche descendía, en el aire escorados,

dominaron la noche y dividieron la mar,

fijando jaspeadas regiones y fogosos polos,

acomodando, ahondando, encantando la noche.

 

Oh, dichosa manía por el orden, pálido Ramón,

manía del artífice por ordenar palabras de la mar,

palabras de los fragantes portales, tenuemente estrellados,

y de nosotros, de nuestros orígenes,

en más fantasmagóricas demarcaciones, más nítidos sonidos.

 

 

 

 

The Idea Of Order At Key West

From Harmonium, 1923

 

 

 

She sang beyond the genius of the sea.

The water never formed to mind or voice,

Like a body wholly body, fluttering

Its empty sleeves; and yet its mimic motion

Made constant cry, caused constantly a cry,

That was not ours although we understood,

Inhuman, of the veritable ocean.

 

The sea was not a mask. No more was she.

The song and water were not medleyed sound

Even if what she sang was what she heard,

Since what she sang was uttered word by word.

It may be that in all her phrases stirred

The grinding water and the gasping wind;

But it was she and not the sea we heard.

 

For she was the maker of the song she sang.

The ever-hooded, tragic-gestured sea

Was merely a place by which she walked to sing.

Whose spirit is this? we said, because we knew

It was the spirit that we sought and knew

That we should ask this often as she sang.

 

If it was only the dark voice of the sea

That rose, or even colored by many waves;

If it was only the outer voice of sky

And cloud, of the sunken coral water-walled,

However clear, it would have been deep air,

The heaving speech of air, a summer sound

Repeated in a summer without end

And sound alone. But it was more than that,

More even than her voice, and ours, among

The meaningless plungings of water and the wind,

Theatrical distances, bronze shadows heaped

On high horizons, mountainous atmospheres

Of sky and sea.

 

It was her voice that made

The sky acutest at its vanishing.

She measured to the hour its solitude.

She was the single artificer of the world

In which she sang. And when she sang, the sea,

Whatever self it had, became the self

That was her song, for she was the maker. Then we,

As we beheld her striding there alone,

Knew that there was never a world for her

Except the one she sang and, singing, made.

 

Ramon Fernandez, tell me, if you know,

Why, when the singing ended and we turned

Toward the town, tell why the glassy lights,

The lights in the fishing boats at anchor there,

As the night descended, tilting in the air,

Mastered the night and portioned out the sea,

Fixing emblazoned zones and fiery poles,

Arranging, deepening, enchanting night.

 

Oh! Blessed rage for order, pale Ramon,

The maker’s rage to order words of sea

Words of the fragrant portals, dimly-starred,

And of ourselves and our origins,

In ghostlier demarcations, keener sounds.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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