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a postcard from the volcano

 

Children picking up our bones

Will never know that these were once

As quick as foxes on the hill;

And that in autumn, when the grapes

Made sharp air sharper by their smell

These had a being, breathing frost;

And least will guess that with our bones

We left much more, left what still is

The look of things, left what we felt

At what we saw. The spring clouds blow

Above the shuttered mansion house,

Beyond our gate and the windy sky

Cries out a literate despair.

We knew for long the mansion’s look

And what we said of it became

A part of what it is . . . Children,

Still weaving budded aureoles,

Will speak our speech and never know,

Will say of the mansion that it seems

As if he that lived there left behind

A spirit storming in blank walls,

A dirty house in a gutted world,

A tatter of shadows peaked to white,

Smeared with the gold of the opulent sun.

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una postal desde el volcán

 

Los niños que recojan nuestros huesos

nunca sabrán que fueron algún día

ágiles como zorros en el monte;

Y que en otoño, tiempo en que las viñas

afilan con su aroma un aire ya afilado,

fueron un ser, respiraban escarcha;

Y menos intuirán que con los huesos

dejamos mucho más, como la forma

que aún conservan las cosas, al sentirlas

y al verlas. Nubes primaverales

flotan sobre la casa clausurada

más allá de la puerta y del ventoso

cielo que grita un culto desespero.

Hace tiempo sabemos que el aspecto

de esa mansión y lo que de esto hablamos

se volvió parte de ella… Los niños,

mientras tejen aureolas de retoños,

hablarán nuestras frases sin saberlo,

dirán de esta mansión que parecía

que su habitante dejó tras marcharse

un espíritu enérgico y austero,

Casa sucia en un mundo reventado,

los jirones de sombra que blanquean,

manchados con el oro del sol opulento.

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