marosa di giorgio

los bueyes, al mirarlo, se levantan

marosa di giorgio: la edad anaranjada

 

 

28

 

 

Papá va a pescar.

Hay una luna enorme, redonda y clara.

Parece un día extraño.

Él sale con el anzuelo al hombro, y es como si fuera otro

 

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qué tiene la luna?

marosa di giorgio

 

siempre salgo

 

 

 

Nos encontramos en el manzano.

Era una noche cerrada, oscura.

Me dijo: ¿Paseas?

 

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el cielo me atrapó, yo le dije: te odio

marosa di giorgio

 

miré el dibujo…

 

 

 

Miré el dibujo que hacían las hojas amarillas al caer.

En un mal libro se leía; «El alma sensitiva…»

Pero, en ese instante entró el Cielo.

 

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la abuela dictaminó vestido de liebre

marosa di giorgio: la edad anaranjada

 

la falena

 

 

Cuando tenía seis años, ocho años, la abuela dictaminó vestido

de liebre, que me librase de todo mal. Y, entonces, hizo un

sacón de piel de liebre y lo ajustó

 

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y ese viaje que no tuvo fin

marosa di giorgio: la edad anaranjada

 

43

 

 

 

Dentro del negro carruaje iban los mayores;

e íbamos nosotras las niñas.

Y en la capota se repetían niñas, muñecas,

acaso nosotras.

 

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platos de ciruelas, calumnias y saleros

marosa di giorgio: la edad anaranjada

 

20

 

 

 

Dios en el centro, y aunque se moviese todo giraba a su alrededor.

Dios, de cerca era negro, y de lejos, como la luz, brillante.

No. Hablo mal.

 

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como un coloreado asesino

marosa di giorgio: de La edad anaranjada

 

2

 

 

Surgió una mariposa con un ala negra y la otra azul. Andaba

en el aire de la habitación; arriba de los estantes y roperos. No

se sabía si era sólo una. La niña más chica la pidió para antifaz. A

ratos, sus alas profusas, extendíanse lisas y límpidas.

 

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papá, desde la cruz, nos miraba

marosa di giorgio

 

dictaminaron las crucifixiones

 

 

 

 

Una muñeca, la de ojos grandes y pestañas largas,

que estaba tiesa en su caja azul.

(Pero, -yo decía-, la muñeca se volverá

a tejer, enseguida);

 

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apareció la casa de la felicidad

marosa di giorgio

 

 

Parecía que era hermoso ir a casarse.

La cola blanca la seguía como un arroyuelo.

El altar flotaba en el aire. Y lo custodiaban

gatos monteses con ágatas en el cuero.

 

 

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